Vivencias veraniegas

Por: Ángeles, LMSC

Hay vivencias que se graban en la mente de las personas con tal sutileza, que es difícil olvidarlas. Algo así nos ocurre a los que tenemos la suerte de conocer Valdeteja. Allí nos hemos reunido muchas veces los Laicos de la Familia Chevalier. Para los que no conocéis esta aldeíta, os diré que está situada en la provincia de León y perdida, gracias a Dios, en las estribaciones de los Picos de Europa. Es difícil llegar. Curvas y ‘requetecurvas’ serpentean unas preciosas montañas blancas, rocosas, agrestes, peladas, poderosas, con la belleza de lo diferente. A medida que avanzamos, por momentos, da la sensación de que sus picos se precipitan encima de la carretera. De vez en cuando, en estas montañas, como salpicados, se pueden ver pequeños arbolillos que parece milagroso puedan subsistir en aquellos parajes, pues nacen en medio de escabrosas rocas. También abundan las plantas medicinales, utilizadas por los vecinos del lugar.

Al otro lado de la carretera, corre el río Curueño, que a su paso por esta zona forma las Hoces del mismo nombre. Su agua es cristalina, transparente, helada, procedente de los deshielos, que sólo los más valientes y en días de más calor, son capaces de darse un chapuzón. El río, como el entorno, tiene su música. El cauce lo forman cantos rodados que arrastran las aguas al descender por las laderas de las montañas, con tal fuerza, que se golpean unas a otras formando un desacorde de arrullos y tintineos en torrentera. El sonido al natural. La música del movimiento. Las piedras más grandes organizan pequeñas cascadas a modo de ‘yacuzzi’, que proporcionan un masaje y un baño relajante, si se sobrevive a la baja temperatura del agua.

Se pueden hacer emocionantes excursiones, desde escalar montañas hasta meterse dentro de ellas, pues debido a su composición calcárea hay abundantes cuevas. También dar agradables paseos acompañados de chopos, cerezos, acacias, olmos, avellanos que bordean algunos caminos y pueblan los prados. En estos paseos, te puede sorprender algún cervatillo que se cruce en el camino, lo mismo que puedes ver dar saltos a las cabras salvajes por las montañas o revolotear las águilas alrededor de sus nidos. En las riveras del camino, animalitos de todas clases viven entre gran variedad de vegetación y flores silvestres. El aire es tierno y limpio. En algunos momentos, cuando sopla con más fuerza, se puede oír un ligero silbido a su paso entre las montañas. La luz es pura y calma. De día el calor aprieta. La noche aparece casi de repente, desaparece el paisaje para dar paso a uno de los espectáculos más bonitos que he visto. Un cielo color gris profundo del que parece que cuelgan a distintas alturas miles y miles de puntitos luminosos con un brillante destello. Se pueden distinguir varias constelaciones y se ve el universo con tal claridad que se tiene la sensación de que con un pequeño saltito se podrían acariciar las estrellas. El silencio se siente. La paz se respira. En Valdeteja quizá no se descansa, pero se reposa el alma.

Valdeteja no tiene más de veinte casas, que transmiten el encanto y sabor de las gentes que las habitan, humildes, sencillas… Doce o quince lugareños en invierno que pueden llegar hasta cuarenta cuando llegan los meses de verano y vuelven a sus raíces, aprovechando las vacaciones, los que emigraron a la ciudad buscando ‘vida’. Es un lugar donde la convivencia se hace agradable, placentera, divertida. Cautiva el ambiente. La Iglesia está en el centro de la aldea y quizás el edificio más hermoso. Todo son huellas, reflejos de la Vida de Dios.

 

Cada mes, los Laicos MSC, te proponen un tema para hacerte pensar. Puedes enviar tu reflexión a: Avda. Pío XII, 31. 28016 Madrid o correo electrónico: asociacion@misacores.org.

 

Foto: www.freepik.com

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