Ser devoto de Nuestra Señora del Sagrado Corazón
Conviene que empecemos por recordar que no hay que hacer disquisiciones sobre los diferentes títulos o advocaciones de la Virgen María, pues en cualquier caso estamos venerando a la misma y única madre de Jesucristo y para ello cualquier nombre nos sirve por igual. Algunos de ellos hacen referencia a un lugar de apariciones, como Lourdes o Fátima; otros indican un lugar de veneración, como es el caso de la Virgen del Pilar, en Zaragoza; y otros más a aspectos propiamente teológicos, como sucede con su condición de Inmaculada o de su Asunción, o la misma Nuestra Señora del Sagrado Corazón.
En todo el mundo y a lo largo de la historia, se ha honrado a la madre del Señor con infinidad de nombres y títulos que expresan muy bien el cariño que le tenemos los cristianos. No la adoramos, como piensan algunos, porque la adoración sólo podemos dársela a Dios. Pero sí que la veneramos de una manera especial, porque Ella lo merece por ser la madre de Jesucristo y porque Él nos la encomendó como Madre al morir en la cruz. Y las imágenes que de Ella hacemos son para poder sentirla más cerca de nosotros, como hacen quienes llevan consigo fotos de sus seres queridos. Y si le rezamos invocando su ayuda es porque conocemos su especial poder intercesor como Madre del Señor, de manera que la amamos independientemente del nombre o el título que podamos darle.
Precisamente, éste es uno de los aspectos que quiere subrayar la devoción a Nuestra Señora del Sagrado Corazón, que se ofrece de manera especial a todos los que andan atribulados y afligidos buscando el favor de Dios. Confiamos en la misericordia divina, la que nos mostró Jesucristo, que dijo que había venido a buscar y atender a los enfermos, no a los sanos. Y, por eso, todos los que nos sentimos manchados por la enfermedad del pecado o sufriendo las angustias de la vida, encontramos en el Corazón de Dios el mejor de los refugios, la más completa cura.
El camino. Y ahí está María, tal como la vemos en la imagen de Nuestra Señora, señalando ese Corazón que es fuente de vida y eternidad y sosteniéndolo amorosamente con su mano, para que comprendamos que Ella es la tesorera de esa fuente de Amor y que sabe y puede aplicar muy bien sus dones a quienes se los solicitan. Por eso, acudir a Ella es acudir a quien mejor conoce tanto las debilidades humanas, como las soluciones que Dios nos ofrece.
Y otro detalle no menos importante: María y su hijo comparten un mismo y único Corazón. Es, indudablemente, el de Jesús, pero en él está también el de María, ya que es Ella quien lo gestó y educó y posteriormente se fue asimilando tanto a él que llegó un momento en el que uno solo simbolizaba a los dos. Y ése es el camino que se nos propone también con esta devoción: asimilarnos de tal manera a Jesucristo, a Dios, «que seamos con Él un solo corazón y una sola alma», tal como rezó el Señor (Jn 17,21).
A primera vista, esto puede parecer difícil, pero no es así porque en realidad unirnos con Dios no es sino buscar hacer su voluntad, tal como pedimos en el Padrenuestro. Y como esa voluntad divina no es otra que el que alcancemos nuestra felicidad, pues fácilmente se comprende que el hacerla es trabajar por nuestra propia dicha. El único esfuerzo está en romper con esos hábitos que nos destruyen y cambiar los gestos que hacemos de muerte por gestos de vida: amar, servir, hacer el bien, actuar con corazón limpio y con mente recta, superar el odio, el orgullo, la ambición…
Así pues, quien contempla esta imagen de Nuestra Señora del Sagrado Corazón y desea ser su devoto, no puede quedarse en la simple petición de ayuda, sino que debe pasarse, de inmediato, a la acción. Otras devociones marianas invitarán a la contemplación o a la mera súplica, pero Nuestra Señora del Sagrado Corazón nos mueve a ser, con Ella y con su Hijo, un solo corazón y una sola alma.
Y de ahí brotará siempre la respuesta e incluso el milagro, porque nada es imposible para quien comparte con Dios la vida. Como vemos en el relato de las Bodas de Caná, en donde comprobamos el interés de María por los problemas ajenos y por su solución, al igual que su poder para mover el Corazón de su hijo. Ahí estamos todos mencionados, los que pedimos ayuda y los que, sin pedirla, recibimos la ayuda de María. ¿Y esto no nos moverá a ser, por lo menos, agradecidos con quien sabemos nos ama y nos cuida sin haberlo merecido? Eso será ser devoto.