Reflexiones sobre la vida humana

P. Isaac Riera, msc

La vida humana ofrece infinidad de aspectos, pero nos fijamos aquí en unas cuantas reflexiones que consideramos importantes:

La vida inauténtica. M. Heidegger, en su obra Ser y Tiempo, habla de la inautenticidad en el ser humano como el mal más extendido del mundo. La inautenticidad es superficialidad irremediable, no plantearse el sentido último de la vida. La inmensa mayoría de los humanos no tiene otra preocupación que su sustento, su trabajo, su bienestar y nada más. Pero como dice Aristóteles, “es indigno de un hombre no afrontar las cuestiones que afectan a su propia condición y destino, y hemos de esforzarnos en liberarnos de las cosas de la mortalidad y vivir según la mejor parte de nosotros mismos”

Opiniones, no hechos. La mayor parte de los errores humanos proviene de que escuchamos opiniones, pero no vemos hechos. Y ello quiere decir que muy difícilmente vemos la realidad, sobre todo la que afecta a los criterios, porque nos dejamos llevar por nuestros inveterados prejuicios. Nos falta humildad y honradez intelectual. Por eso las discusiones humanas casi nunca clarifican nada y no son más que armas arrojadizas de adversarios, especialmente en los políticos. Cuando se pierde la libertad de pensar, se reivindica la libertad de la palabra.

Los males de la ira. Las pasiones incontroladas siempre son malas, así sucede con la ira. Cuando vemos una injusticia, nos viene el arrebato de la indignación y atacamos a nuestro prójimo con insultos desconsiderados. En la explosión de la ira, la agresividad no tiene límites y el ofendido nunca olvida la ofensa. Por eso, el iracundo siempre se arrepiente de haber hablado demasiado, pero ya no hay remedio, porque la herida infringida en el honor del ofendido nunca cicatrizará.

La opinión de los demás. El alma de los seres humanos está llena de contradicciones, y una de las más llamativas es ésta: tenemos de nosotros mismos un concepto más alto que de los demás, pero la opinión que los demás tengan de nosotros nos parece más estimable que la nuestra propia. Tan es así, que mendigamos secretamente la alabanza ajena, incluso en las acciones buenas. Es muy difícil tener rectitud de intención: de una u otra forma nuestro ego está en el trasfondo de lo que hacemos. Porque la vanidad, la pasión más común de los seres humanos, es como el constitutivo del alma.

«Hemos de esforzarnos en liberarnos de las cosas de la mortalidad y vivir según la mejor parte de nosotros mismos”.

Palabras innecesarias. Si lo pensamos, veremos que muchos de los disgustos que nos sobrevienen lo son por palabras innecesarias. Más daño hace la falta de control de la lengua, que las acciones, porque “en el mucho hablar dice la Escritura no dejará de haber pecado” (Proverbios 10,19). Uno es esclavo de lo que dice y dueño de su silencio. Muy rara vez nos arrepentimos de no haber hablado, pero casi siempre nos lamentamos de haber hablado demasiado. El silencio nos lleva a las raíces profundas del alma y, por eso, las personas más cualificadas buscan el retiro para encontrar los bienes del espíritu.

Ver pasar. “Vivir escribe el poeta es ver pasar”. Sí, vivir es ver pasar allá en lo alto las nubes. Mejor diríamos: “vivir es ver volver”. Es ver volver todo en un retorno perdurable, eterno; ver volver todo angustias, alegrías, esperanzas como esas nubes que son siempre distintas y siempre las mismas, como esas nubes fugaces e inmutables. Una grave equivocación de los humanos es esperar que muchos males de la sociedad desaparecerán en el futuro. Pero como dice el Cohelet: “nada hay nuevo bajo el sol; lo que fue, eso será”. La naturaleza humana no cambia, siempre es la misma.

Seremos olvidados. “Pronto olvidarás todo, pronto serás olvidado” (M. Aurelio). Salvo una ínfima minoría de personas extremadamente buenas o extremadamente perversas, el destino de los humanos es ser olvidados, no perdurar en el recuerdo de aquellos que nos conocieron. En la vida estamos siempre de despedida, echando la vista atrás para decir el adiós definitivo. Todos caminamos hacia el anonimato, sólo que los mediocres llegan un poco antes, y las personas famosas no buscaron la fama como un objetivo, sino que su fama se la da la posteridad.

Todo fluye. (Heráclito). La vida es como un río de cosas que pasan y se pierden. Vemos una cosa por un instante y ya pasó; y otra y otra pasarán. Y pronto nos llegará la orden: te has embarcado; has navegado; has llegado; desembarca. El tiempo es como un río cuyo curso rápido arrastra todo lo que es. Tan pronto como algo aparece, es arrastrado y lo de detrás de él viene, es arrastrado a su vez. Nuestro destino, sin embargo, es la eternidad, donde ya no hay tiempo, sino el inmutable presente. Morir es cambiar de residencia y ver a Dios es alcanzar el ser, lo absoluto.

Foto: www.freepik.com

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