Recordando a un compañero
Estas palabras quieren ser un homenaje y recuerdo al P. Manolo Rodríguez, msc, director de la revista Madre y Maestra durante 25 años, por su vocación periodística al servicio de la misión.
Cuando me destinaron a esta comunidad en la que sigo trabajando, la de Madrid, coincidí con el P. Manolo Rodríguez en tener que continuar con las tareas que había llevado a cabo el recordado y querido P. Ángel González. Éste había desempeñado, con la dedicación y meticulosidad que le caracterizaban, la doble tarea de dirigir nuestra revista y atender a la Asociación de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Era un trabajo que requería mucho esfuerzo y vino bien el que fuéramos dos los que nos ocupáramos de esa tarea. El P. Ángel tenía otro destino fuera de España, así que a nosotros dos nos tocaba tomar el relevo, y recuerdo que le pregunté por su preferencia de trabajo para que escogiera. Y se decantó por encargarse de la revista, que era su vocación desde que estudiara periodismo, como demostró responsabilizándose de ella todos estos años.
P. Chema Álvarez, msc
Un aplauso
Hay personas que pasan por nuestra vida de forma fugaz, pero como estrellas. En momentos tan importantes que, pese a que el encuentro es breve, se quedan para siempre. Como el médico que te ayudó a traer al mundo a tu hijo, como la persona que presentó a tus padres, como el primer profesor que te dijo que eras bueno en lo que te gustaba. Puede que ellos te olviden, tú a ellos no. No son familia, pero son familia. Manuel Rodríguez era “el tío Manolo”, tío de mi amiga Mari Ángeles, una hermana para mí, familia. Ella fue una de las primeras personas a quienes conté que me casaba, y a ella acudí, como tantas veces, pidiendo ayuda. No sabía quién podría oficiar la ceremonia, no conocía a nadie, no me apetecía que nos casara alguien a quien jamás hubiera visto y que no volvería a ver después. No sé si fue Mari Ángeles quien tuvo la idea de preguntarle a su tío, o le pedí yo que lo hiciera. Pero el tío Manolo dijo que sí prácticamente de un día para otro. Le había visto alguna vez antes, no muchas, en Valladolid. Nos recibió en su despacho y nos habló con seriedad y amabilidad. Él, nos contó, también era periodista. Después atendió con paciencia y generosidad nuestras sugerencias, e incluso cambios de última hora, disculpando nuestros nervios. En las bodas de las películas americanas, cuando los novios pronuncian sus votos el cura dice: «Puedes besar a la novia». Siempre me alegré de que esa fórmula no se usara aquí. Manuel en ese momento, pidió a la gente un aplauso para nosotros. Recuerdo girarme hacia los bancos y ver a todos nuestros amigos aplaudiendo y silbando. Recuerdo la sorpresa, la alegría, el vértigo. Recuerdo que nos reímos y cuánto nos gustó. Que nosotros también aplaudimos. Si quiero, aun puedo escucharlo. Sí quiero. Vi al tío Manolo solo una o dos veces después de aquello. La última hace poco más de dos años, también tras un altar, oficiando el funeral de su hermana. Recuerdo cómo admiré su entereza imposible. Recuerdo que, después, me acerqué y le abracé y que él me recordaba. Me gustaría pediros un aplauso para él.