“No hay nada para mañana”
La violencia ahoga Haití
En este número de Madre y Maestra, te mostramos en dos reportajes la realidad de Haití, uno de los países más pobres del mundo, sumido también en un ambiente social de violencia. El P. Amos Jean, msc, director de la Casa de Formación que los MSC tenemos en este país, nos ha contado lo que está pasando y cómo afecta a nuestra misión allí.
Javier Trapero @trapiscolaviski
Para ponerte en contexto, tienes que saber que la situación socio-política de pobreza extrema y desorden social es algo endémico en Haití. Ocupa los primeros puestos, desde hace décadas, en las listas de países con mayor número de personas bajo el umbral de la pobreza. A esto, se añade un contexto social que, tras años de crisis política, ha derivado ahora en una violencia descontrolada por parte de las bandas, sumiendo a este país caribeño en el caos total. En febrero de 2019, comenzaron las protestas contra el gobierno, tras descubrirse, por parte del Senado, casos de corrupción financiada con préstamos venezolanos. El descontento fue creciendo hasta tal punto de que, hace un año, cuando el primer ministro se negó a dejar el poder, las bandas comenzaron la actual escalada de violencia en Puerto Príncipe, la capital del país. Mucho miedo. Ahora mismo, la situación de la población es asfixiante, por la inseguridad. “A veces no hay forma de salir a la calle en determinadas zonas, sobre todo, en la zona de la capital, donde estamos nosotros -cuenta el P. Amos-, estamos en un barrio de la ciudad, en Puerto Príncipe, en la llanura”.
Los Misioneros del Sagrado Corazón tenemos presencia en dos comunidades, una casa de formación, que es también seminario, y una parroquia, a unos 8 km. una de otra. La situación que viven los MSC es la misma que vive el resto de la población. Actualmente, es muy complicada. En esta zona ya no hay presencia de policía desde febrero de 2024. Es territorio de las bandas. La policía se fue por incapacidad. Desde los desórdenes, hay dos puestos de policía cerca de la parroquia, ocupados y saqueados por las bandas, donde incluso mataron a cinco policías. Durante un tiempo, no hubo circulación de coches, tan sólo de motos y gente a pie. A día de hoy, sí se permite, aunque no hay tantos vehículos privados como antes. A pesar de que las bandas ya desmantelaron las barricadas que habían instalado, la gente tiene miedo de salir a las calles por si hay altercados. El ambiente es de mucha incertidumbre, no se sabe cuándo puede haber desórdenes, por eso, sólo salen para cuestiones esenciales. El mismo P. Amos elige previamente los momentos en los que tiene que desplazarse desde la casa de formación, donde reside, hasta la parroquia cuando tiene que celebrar misa.
El día a día de las familias. Hay familias que se fueron al interior del país evitando la situación de violencia y que ahora están volviendo. Algo que no suele suceder en el centro de la capital, donde hay zonas totalmente destruidas. La situación se hace más tensa yendo al centro de Puerto Príncipe, en la zona de la costa. Las bandas vaciaron negocios, oficinas del estado y las comisarías de policía. Ahora están intentando hacerse con otras zonas con presencia de policía y negocios activos. Con el triste honor de ser el país más pobre de América y uno de los más pobres del mundo, el día a día de las personas es muy difícil. Así lo describe el P. Amos. “Hay zonas que no tienen electricidad. Cada cual se las apaña como puede. Algunos tienen paneles solares o se han hecho con algún generador eléctrico. La mayoría queda en la oscuridad. En la zona que ahora están atacando, la zona de Delmas, entre el centro de la ciudad de Puerto Príncipe y la llanura donde vivimos, todavía hay electricidad. En cuestión de alimentos y medicinas ya no hay casi nada de esto. Hay que salir a buscar. Las farmacias fueron saqueadas, los hospitales también. Las carreteras principales están bloqueadas y controladas. Los alimentos de las provincias no llegan fácilmente. Ahora es más difícil, más complicado, transportar. Esto agudiza la situación en cuestión de alimentos. Las medicinas son difíciles de conseguir, mucho más que antes”.
“Una persona sale de su casa para ver lo que puede conseguir. Por ejemplo, puede ser que tenga en dinero 100 gurdes haitianos, y piense en comprar galletas para luego venderlas. Sale para ver cómo ‘luchar’ el día y lo que consigue lo trae a casa. Ese mismo día se termina. No tiene nada para mañana. A veces, ni siquiera para el día. Así, jornada tras jornada. Además, salir no es seguro por la situación de violencia. Incluso, puedes salir y no regresar, porque no sabes dónde está el tiroteo, te puede coger una bala perdida. El día a día es complicado. No hay nada garantizado, pero la gente tiene que salir a la calle”.
Los centros escolares. En algunas zonas, actualmente controladas por los pandilleros, las escuelas están funcionando. Eso sí, piden una cuota a la dirección del colegio si quieren tener abierto el centro. Tienen que pagar para poder funcionar, ese es parte de su negocio. Hay otras zonas en las que hay enfrentamientos entre pandillas y policía, ahí no es posible dar clases. La mayoría de la población no tiene acceso a internet y en esta situación es imposible el funcionamiento de las escuelas. Fácilmente, si esta situación dura tres meses, tres meses que no hay escuela. Los niños ni siquiera pueden salir a la calle.
En la misma situación se encuentran los estudiantes MSC de teología, que desde noviembre no pudieron ir a clase en Puerto Príncipe. Había enfrentamientos de los grupos armados, con la policía, en los lugares por donde tienen que pasar habitualmente. Para evitar transitar por estas zonas violentas tuvieron las clases de forma virtual, por internet. Ahora, sí están yendo de momento a su centro de estudio, pero no se sabe hasta cuándo, porque no hay control sobre ello. Por su parte, los alumnos de filosofía que estudian más cerca de la casa de formación, sí van de manera presencial.
Acompañamiento. “Los MSC -dice el P. Amos-, acogimos a varias familias cuando había enfrentamientos. Nuestra zona era un poco más tranquila y estuvieron con nosotros hasta que se calmó la situación y pudieron volver a sus casas. Gente de la parroquia vinieron aquí, al centro de formación. Recibimos a 12 familias y todavía hay una con nosotros que aún no puede regresar a su casa”.
En la misma situación se encuentran los estudiantes MSC de teología, que desde noviembre no pudieron ir a clase en Puerto Príncipe. Había
enfrentamientos de los grupos armados.
Afortunadamente, no han atacado a la Iglesia como tal, la ven como una institución más, no como sucede en otros países, en los que se la ataca por ayudar a la gente afectada por el conflicto. No atacan los templos, pero sí a alguna escuela o dispensario médico regentado por congregaciones. El miedo está en la gente, al fin y al cabo, no hay una fuerza de seguridad con la que se pueda contar.
En la parroquia de Nuestra Señora del Sagrado Corazón se celebran las misas con normalidad, eso sí, adaptando los horarios, no teniendo la celebración muy tarde, para evitar el problema de que la gente camine de noche. Por lo demás, intentan funcionar en la medida que se puede y según los momentos. Esto hace que la presencia de nuestros MSC ayude en esta zona a dar confianza a la población. Hay momentos en lo que la situación se pone complicada y la gente acude para refugiarse. Incluso en algún momento, hasta los MSC de la parroquia tuvieron que refugiarse en el seminario huyendo de la violencia. Alguna vez, los pandilleros hablaron con ellos para avisarles de que ya no había problema, que podían volver sin peligro. Y al ver que los MSC regresaban, la gente volvió con ellos, aunque con miedo por lo que pudiera pasar.
“Es complicado vivir así. El pueblo no ve el motivo por el que son realmente la parte perjudicada de esta situación. Nosotros seguiremos acompañando y ofreciendo nuestra presencia y ayuda. Ojalá que todo esto termine pronto”.