Misión es vida y Vida es misión (Mozambique)
Esta es la historia de “nuestra” experiencia con los Misioneros del Sagrado Corazón, de nuestro desarrollo activo en la espiritualidad y carisma de la congregación, que se dio a través de la participación en familia en una misión MSC, en Mozambique.
Por: Ranulfo Pinheiro dos Santos y Doris Machado. Laicos de la Familia Chevalier
Conocimos a un Misionero del Sagrado Corazón, el P. Mauricio, de una manera ‘diferente’, porque no fue en la iglesia, sino en un momento de dolor en nuestra familia: la muerte de la abuela, la madre de Ranulfo. Una amiga suya lo llevó a la celebración de su funeral. En las semanas siguientes, recibimos su visita, mostrándonos su solidaridad y cuidándonos durante los primeros días de luto. Así, se convirtió en un gran amigo de nuestra familia. El P. Mauricio era el formador del seminario en ese momento y a partir de esta amistad, comenzamos a experimentar la espiritualidad y el carisma de los MSC. Algún tiempo después, nos presentaron al P. Moacir Goulart, que volvía de su misión en Ecuador, para asumir el cargo de Provincial de la Provincia de Curitiba. Al igual que sucedió con el P. Mauricio, el P. Moacir se convirtió en un gran amigo y, siempre que nos encontrábamos, podíamos ver el brillo en sus ojos cuando hablaba de la misión, los desafíos y las cuestiones culturales de Ecuador. Así que nos ‘contaminamos’ con la idea de la misión ‘Ad gentes’…
El despertar. En aquella época, nuestros dos hijos eran pequeños y no participábamos activamente en la Iglesia, sólo íbamos a misa. Poco a poco, empezamos a participar en algunas actividades parroquiales, hasta que en 2003 Doris fue invitada a participar en un encuentro con los Misioneros del Sagrado Corazón en el Seminario Filosófico. Ese fue el germen del Grupo de Laicos Pinheirinho. Hoy, 20 años después, somos miembros de la Familia Chevalier y nuestra familia respira la Espiritualidad del Corazón y el Carisma que Dios inspiró en el P. Julio Chevalier.
Durante este tiempo hemos tenido varias experiencias de misión en Brasil (Mato Grosso, Miguel Alves (Piauí) y la Amazonia) y en Ecuador. También, en dos ocasiones, recibimos a dos misioneras de Ecuador, que vivieron con nosotros durante un año, porque como dice el P. Luis Mosconi: “Misión es vida y Vida es misión”.
Fue así como la Familia Chevalier pasó a formar parte de nuestra familia y viceversa. Siempre dijimos a algunos MSC que cuando nos jubiláramos y nuestros dos hijos Santiago y Felipe ya no dependieran de nosotros, nos gustaría participar en una Misión ‘Ad gentes’, porque nos dábamos cuenta de que podíamos estar al servicio de la Familia Chevalier en la construcción del Reino de Dios, llevando el testimonio del Amor de Dios al mundo desde la perspectiva de un matrimonio laico. Y así esta idea se fue construyendo y madurando, y hoy decimos sin lugar a dudas que hemos sido y seguimos siendo bendecidos por Dios.
En África. Durante mucho tiempo, tuvimos la impresión de que la bendición de participar en una experiencia de este tipo se realizaría en Ecuador, porque ya habíamos desarrollado nuestros sentimientos para entregarnos a la misión en ese país. Pero como dicen los sabios: los caminos de Dios no están necesariamente pensados con nuestra lógica, así que fuimos llevados al otro lado del mundo, a Mozambique (África).
Como se trataba de una misión nueva, perteneciente al Generalato y dirigida por la Provincia de São Paulo, no bastaba con una invitación para ir a la misión. Teníamos que contar con la aprobación de todos los órganos y el apoyo de la Provincia de Curitiba. Además, teníamos que cumplir los requisitos legales de Mozambique. Y había que responder a algunas preguntas: cómo se llevaría a cabo la misión con una pareja de laicos, ya que no había antecedentes en la Congregación de laicos viviendo en comunidad con misioneros y sería una experiencia nueva tanto para los misioneros como para nosotros, los laicos.
Cuando nos aprobaron, parecía que lo que estaba pasando no era verdad. Llegamos a Mozambique el 6 de mayo de 2019, acompañados por el P. Eduardo y el Provincial de São Paulo, para encontrarnos con el P. Valdecir, que en aquel momento estaba solo en la misión. Nuestra llegada coincidió con el reciente paso del ciclón Kenneth, que azotó la región. Todo estaba devastado. Nuestra primera salida de Pemba, la capital de Cabo Delgado, fue dos días después de nuestra llegada, acompañando al obispo Luis Fernando Lisboa. Durante el viaje, fuimos testigos de la destrucción allá por donde pasábamos y nos preguntábamos: “Dios mío, ¿cómo has podido dejar que esto le ocurra a esta gente que ya tiene tan poco? Dios mío, ¿por qué nos has puesto aquí?”. Y así fue nuestra llegada a Mozambique.
En misión. Unos días después, partimos hacia nuestra misión en el distrito de Meluco, dentro del Parque Nacional de las Quirimbas. Por el camino, nos encontramos con baobabs derribados por la fuerza del viento. Si esos árboles grandes y viejos estaban caídos, imagínense cómo estarían las casas. La mayoría eran de bajareque (construcciones de barro y palos entretejidos) y sólo quedaban los palos que sostenían las paredes de barro, con los habitantes a la intemperie. La gente caminaba con la cabeza gacha. Sus vidas estaban directamente afectadas, porque donde hay muy poco, cualquier pérdida es desastrosa. Habían perdido sus casas, sus cosechas, sus vidas y quizás su valor para seguir adelante. Algunas personas nos preguntaron por qué estábamos allí en un momento tan difícil. De hecho, nos dio la impresión de que no se sentían dignos de la presencia de los misioneros por su extrema pobreza: falta de alimentos, falta de escuelas, falta de atención médica, falta de medicinas, falta de agua, corrupción y muchas otras cosas.
En cuanto a las cosechas, muchas familias lo perdieron todo y ni siquiera tenían semillas para replantar los cultivos, lo que significaba que el hambre aumentaría.
A pesar de las dificultades, nuestro trabajo empezó tímidamente, teniendo siempre presentes las palabras de Jules Chevalier, que decía: “Cuando Dios quiere una obra, los obstáculos son medios”. Nos fortalecimos con la vida comunitaria, con la oración y ayudamos a la gente a recuperar su autoestima, a estar juntos, a hablar un poco, intentando ser presencia y testimonio del amor de Dios.
Los proyectos. Pasados los meses, nos implicamos en diversos trabajos como: juventud, catequesis, proyectos de Cáritas en la distribución de semillas y herramientas, proyectos diocesanos de rehabilitación de viviendas, comunicación, campañas de recaudación de fondos con los laicos para ayudar a reconstruir las capillas golpeadas por el ciclón y, por supuesto, nuestras responsabilidades diarias de oración comunitaria, lavar, cocinar, buscar agua, limpiar la casa, criar animales, etc.
Nuestra misión abarcaba una amplia zona geográfica, donde éramos minoría religiosa, minoría por ser extranjeros, minoría por ser diferentes en el color y en la forma de hablar portugués, minoría por no hablar los dialectos locales y por desconocer las tradiciones inherentes a la cultura local.
Podríamos decir que había sombras en nuestra Misión. Pero no sólo encontramos sombras. También había luces que iluminaban nuestro día a día: constatar la gracia de la presencia de cristianos católicos que habían perseverado en la fe durante décadas, la mayoría de las veces en un ambiente hostil; la alegría de la conversión sincera de personas de todas las edades; la alegría y la fuerza de vivir en la acogida afectuosa que se daba a los misioneros. Todo ello nos hizo creer que el ‘Amado sea en todas partes el Sagrado Corazón de Jesús’ es posible.
Como miembros de una misión conjunta entre laicos y religiosos, nos sentimos partícipes de algo nuevo y testigos de una Iglesia profética, para su presente y su futuro, inserta con los más necesitados.
En este sentido, agradecemos a todos los MSC belgas que plantaron su carisma y espiritualidad en Brasil y que, en este viaje, nos proporcionaron un aprendizaje de vida en la diversidad y en la adversidad, en la alegría del Evangelio y en la oración sencilla por los necesitados. Después de esta experiencia, tenemos la certeza de que ser miembro laico de la Familia Chevalier es ser capaz de darse cuenta del gran valor de ponerse a disposición, sin restricciones para hacer amar el Corazón de Jesús en todas partes. Es presentarse a la misión con la disponibilidad de corazón, que la espiritualidad nos permite construir.