Misericordia quiero

Por: P. José María Álvarez, msc

Hay pasajes en el Evangelio que resultan repetidos en los tres evangelios que decimos ‘sinópticos’ por su similitud, el de Mateo, Marcos y Lucas, y en ellos nos encontramos frecuentemente con un mismo relato, aunque con algunos matices que lo diferencian. Lo vemos, por ejemplo, en el caso de la vocación de Mateo, así llamado en el evangelio de este autor (Mt 9,9), pero al que se menciona como Leví en los de Marcos (Mc 2,13) y Lucas (Lc 5,27). ¿Cómo se llamaba en realidad este personaje? No lo sabemos y no tenemos más remedio que suponer o investigar, lo mismo que nos pasará con otros pasajes de los evangelios en los que se repite el acontecimiento, pero con alguna diferencia.

Pudiera ser que el evangelista Mateo quisiera identificarlo con el apóstol Mateo, uno de los doce, mientras que los otros dos evangelistas simplemente quisieran referirse a un publicano cualquiera recaudador de impuestos (Lucas), o incluso un pariente del Alfeo al que Marcos cita como padre de Santiago (Mc 3,18). En fin, cuestiones reservadas a los exegetas que estudian estos detalles y que ya nos aclararán. Pero lo que más nos interesa es fijarnos en lo que repiten los tres evangelios, lo de la vocación de este personaje, llámese Mateo o Leví, porque los tres coinciden en el detalle de que Jesús se dirige a él y le dice imperiosamente: «Sígueme», y de inmediato deja lo que estaba haciendo y se va con Jesús.

Está claro que lo que se nos relata es un mismo acontecimiento porque esa expresión rotunda y lo que sigue a continuación, que Jesús comiera en casa de este hombre en compañía de otros pecadores, insiste en lo mismo. Y eso es lo que nos interesa reflexionar, el que se generara un malestar entre los ‘biempensantes’ sentados a aquella mesa que censuran el que Jesús la comparta con aquel publicano y con sus amigos o colegas (Mt 9,9-13; Mc 2,13-17; Lc 5,27-32). Mateo -o Leví- era considerado un pecador por su trabajo como recaudador de impuestos que le mantenía en contacto con los romanos y sus dineros, alguien ‘impuro’ y, por lo tanto, indigno de la compañía del profeta Jesús.

Es curioso que la palabra ‘Mateo’ resulte ser una expresión abreviada de la definición ‘don de Dios’.

No debe extrañarnos esta actitud de los fariseos, que al considerarse a sí mismos los buenos cumplidores de la Ley, los ‘correctos’ a los ojos de Dios, aparecen continuamente en el Evangelio como censuradores de estos actos de Jesús que cuestionaban sus costumbres religiosas. Y en este pasaje así hacen, criticando que Jesús acuda a casa del pecador y se siente a la mesa con otros de su calaña. En el fondo, no eran sino consecuentes con sus creencias y lo que hacían era poner en tela de juicio una actitud que el Evangelio recoge para que nosotros aprendamos cuál ha de ser la nuestra. ¿Cuál? Pues la que Jesús expresa con una definición de sí mismo que debiera hacernos pensar: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos». Se la dice a quienes le criticaban su actitud benévola con aquellos pecadores, pero nos la propone también a nosotros hoy, que seguimos recelando de los que no son como nosotros pensamos que debieran de ser: buenas personas, de nuestra creencia, cultura y tradiciones. En una palabra, ‘enfermos’ que pueden contaminarnos si nos juntamos demasiado con ellos. Nos falta comprender que también nosotros estamos ‘enfermos’ de algo, que somos pecadores y que igualmente necesitamos ser curados. Y de ahí la buena noticia de que Jesús resulte ser el médico universal que ha venido para sanarnos-salvarnos a todos por igual.

Es curioso que la palabra ‘Mateo’ resulte ser una expresión abreviada de la definición ‘don de Dios’, con lo que podríamos pensar que quizá la emplea ese evangelista para aludir a una persona que, a pesar de su oficio, está bendecida por Dios. O que es alguien que al seguir a Jesús ha resultado bendecido con una sanación liberadora de su vida equivocada. Como también es interesante que la palabra ‘Leví’ (‘juntado’) aluda a alguien que se ha unido a otros, quizá refiriéndose a ese nuevo discípulo que se incorpora al grupo de Jesús al superar su pecado.

Pero, sobre todo, hemos de subrayar la recomendación que hace Jesús al final de este relato: «Id, pues, a aprender qué significa “Misericordia quiero, que no sacrificio” Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores». Lo de la misericordia por encima del sacrificio es una cita que hace Jesús del profeta Oseas (Os 6,6), para que entiendan que con su actitud no está inventando nada nuevo sino, más bien, recordándoles la esencia de sus tradiciones. Y con ella nos está diciendo a nosotros, hoy, que este comportamiento misericordioso es el que ha de primar por encima de normas y tradiciones.

Foto: La vocación de San Mateo. Pareja, Juan de. Museo Nacional del Prado

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