Me lanzo a lo que está por delante (Flp 3,13)

Por: P. Joaquín Herrera, msc.

En cada cambio hay algo que muere y algo que surge. Es una ley de vida. Hoy día vemos con temor innumerables cambios y nos cuesta percibir qué es lo que puede surgir de ellos. Somos conscientes de la fuerza creciente del liberalismo económico, del proceso de globalización, de los rápidos avances de la tecnología, de los interesantes campos de la informática, de la gran incógnita de la inteligencia artificial, de las tensiones por la identidad de grupos étnicos, de la galopante secularización, del desprecio por la naturaleza, de la corrupción en muchos ámbitos de la sociedad, del neomodernismo, de las guerras declaradas y no declaradas, de la falta de justicia y paz, del resurgimiento de dictaduras, de desamortizaciones larvadas de bienes de entidades, de la sutil, educada y fina persecución a la Iglesia en muchos países sin violencia física pero en constante acción en contra… Y, por si fuera poco, una negación no teórica pero sí práctica de Dios demostrada en el secularismo y la drástica fragmentación de los valores humanos, en el desprecio por normas morales y verdades objetivas. Si a esto le añades el hecho de la inmigración y la escasa natalidad en muchos países con lo que esto conlleva de cambio cultural y mutaciones históricas tenemos la tendencia a asustarnos, de verlo todo negro, de que estamos perdiendo el tren de la historia o que tenemos miedo a tomarlo porque no sabemos a dónde nos va a conducir. Vemos lo que muere y no percibimos el origen y la meta de lo nuevo.

A veces oímos una pregunta que demuestra la desorientación de muchos ante esta realidad: ¿A dónde vamos a llegar? Y vemos con frecuencia a personas frustradas, deprimidas o indiferentes o cansadas y dispuestas a dejar de luchar por el bien de la sociedad. Es cierto que nos quejamos, que miramos con cierta desilusión el futuro y no tenemos presente que en la historia de la humanidad cada cambio de época llevó consigo unos tiempos difíciles, una gestación dolorosa y que a la larga significó un paso hacia adelante de la humanidad. No podemos ser tan ingenuos para no darnos cuenta de que en cada una de estas realidades hay aspectos positivos, retos para crecer y superarnos; se derrumban seguridades, culturas, manifestaciones para que salga a luz algo que significa un avance en nuestro devenir histórico. Es como un otoño de la sociedad: Se caen las hojas y ramas secas para reverdecer en primavera y renacer a una nueva vida.

En los libros proféticos de la Escritura leemos en Isaías (Is 43,18): “¿No se acuerdan del pasado ni caen en cuenta de lo antiguo? Pues bien, he aquí que yo lo renuevo: ya está en marcha ¿no lo reconocen?”. También hoy sigue actuando el Espíritu Santo, está presente a su modo y actuando a su manera, enseñando a morir para hacer surgir un mundo nuevo con nuevas fuerzas, nuevas maneras porque “algo nuevo está surgiendo, ¿no lo notas?”, nos pregunta el mismo Isaías.

Lo cierto es que “estamos llamados a construir una gran historia. Miren el futuro donde el Espíritu Santo nos envía para hacer cosas nuevas”, decía hace tiempo el Papa Juan Pablo II. Los cambios nos estimulan a intentar ser signos visibles, inteligibles, evaluables y claros del amor de Dios en la sociedad actual. Todo un hermoso reto que Dios pone en nuestras manos.

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