María y el mes de mayo

Por: P. José María Álvarez, msc

El mes de mayo nos trae a todos los cristianos un recuerdo especial de la Virgen María, porque desde niños hemos venido celebrando este mes con una vinculación especial a la Madre del Señor. Es el mes por excelencia de la primavera y, a las celebraciones habituales y propias de esa estación del año, añadimos los cristianos un especial recuerdo a María. También para nosotros, los Misioneros del Sagrado Corazón, nos trae este mes un especial recordatorio por el compromiso particular que tenemos con Nuestra Señora, ya que Ella está en la base de nuestra Congregación, es una pieza fundamental de nuestra fundación, tal como le vaticinó el santo Cura de Ars al P. Chevalier. Y es por eso que a todos los Misioneros del Sagrado Corazón nos incumbe su culto como algo especialmente nuestro.

Es ‘nuestra Virgen’, la advocación con la que invocamos a María y no por un capricho o una casualidad, sino porque este título condensa y ofrece a los devotos lo que supone para nosotros el Corazón de Jesús y su vinculación con María, algo que la misma imagen expone claramente mediante una sencilla y directa catequesis visual. Y quiere serlo también de todos los demás, de todos los devotos de la Virgen que la veneran bajo cualquier advocación, pues en el fondo ella no es sino la Madre del Señor, a la que invocamos con multitud de nombres y títulos que pretenden definirla.

Igualmente, María forma parte de nuestro compromiso misionero, que es el de dar a conocer el Evangelio de nuestro Señor sin dejar de mencionar a su Madre, que fue la primera en recibirlo y ponerlo en práctica. Pues anunciar a Jesús sin hablar de María sería tanto como querer explicar el amor que Dios nos tiene sólo con palabras y no con ejemplos, sin avalar el mensaje cristiano con hechos que lo demuestran.

Y esto podemos hacerlo de la mano de la Virgen, porque Ella es el ejemplo primero que Dios nos ha propuesto de lo que es en esencia la vida que Él quiere que vivamos como hijos: entrar en su plan de eternidad y vivir en comunión con los demás, aceptando a Jesucristo sin condiciones y haciéndole presente en la realidad de nuestra vida cotidiana. Que es lo mismo que hizo María al acatar la voluntad de Dios, la que el ángel Gabriel le transmitió y propuso en el momento de la Anunciación y la que luego vivió a partir de ese momento siguiendo los pasos de su Hijo.
Y es, también María, el modelo de esa actitud intercesora y beneficiosa para todos que queremos tener los Misioneros del Sagrado Corazón. Porque, preocupados por los males que corroen a nuestra sociedad, odios e indiferencias, egoísmos, daños y maldades, buscamos en el Corazón de Cristo los remedios que sólo Él puede ofrecerle a la Humanidad. Esa sanación que nace del perdón y la empatía, de la caridad y el servicio, que marcaron la vida de Jesucristo. Y que procuramos llevar a cabo con esa misma constancia y seguridad con la que María intercede ante su divino Hijo; con la misma confianza y firmeza que manifestó en aquellas bodas de Caná, momento en el que descubrimos en el Evangelio el poder intercesor que demuestra tener la Madre con respecto al Hijo.

Con razón la invocamos como la ‘Abogada de las causas difíciles y desesperadas’, porque conocemos su preocupación por nosotros y hemos visto en el Evangelio, cómo se materializa ese interés en ofrecernos una ayuda por encima de cualquier condicionante. Pero también nosotros queremos imitarla en esto, convirtiéndonos en defensores de los pobres y pequeños, en valedores de los que sufren, necesitan y buscan. Es nuestra vocación misionera y también nuestra consagración y compromiso: ser cauce de las bendiciones divinas, pregoneros de sus palabras de vida. Es decir, siervos como María, al mismo tiempo que sus hijos predilectos y, por tanto, comprometidos en su misma labor de servicio y entrega.

Como dijo el P. Chevalier, resumiendo perfectamente este propósito: “No olvidéis que Él nos ha sido dado por María; que Dios ha querido que tomara su vida del corazón purísimo de la Virgen, su Madre; que Ella es, además, el misterioso canal por el que nos llegan las gracias. Es, pues, por Ella, en unión con Ella, que debéis ir al Corazón de Jesús. Seguros de complacer a Jesús, llamad a su Madre: ‘Nuestra Señora del Sagrado Corazón’”.

Hermosa tarea la nuestra, bendecida y acompañada siempre por tan amante y amada Madre, y una buena motivación para celebrar este mes de mayo, compartiendo con todos sus devotos la grandeza que encierra su título de ‘Nuestra Señora del Sagrado Corazón’. Y, muy especialmente, el último sábado de este mes, que es siempre el de su fiesta anual.

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