Marzo: Las mujeres y la Biblia
7 de marzo: Santas Perpetua y Felicidad
Por: Hno. Gianluca Pitzolu, msc
La relación de las mujeres con la Biblia es extraordinariamente intensa y vital. Ellas, como todos los conversos a la fe cristiana que se preparaban para el bautismo, tenían la oportunidad de adquirir un buen conocimiento de la Biblia. La catequesis incluía la exposición del contenido de los textos sagrados, tanto literales como espirituales. Incluso después del bautismo, la predicación permitía un buen nivel de formación permanente para todos los creyentes, de ambos sexos.
Los primeros documentos producidos por mujeres sobre la Sagrada Escritura que han llegado hasta hoy, pertenecen al período comprendido entre finales del siglo II y principios del III. En estos escritos, la Biblia es entendida en profundidad, para ser aplicada libremente a la propia situación y mensaje. Un caso emblemático en este sentido es el de la mártir Perpetua. Fue detenida cuando aún era catecúmena, recibiendo el bautismo durante la primera fase de su detención.
Mientras estaba en prisión, a la espera del combate con las fieras del anfiteatro, escribió un diario, que fue entregado a un miembro de la comunidad cristiana la víspera de su ejecución, que más tarde se incluyó en la ‘Pasión de Perpetua y Felicidad’. En su diario relata cómo las hacinaron a todas en una horrible prisión donde se asfixiaban por el calor. Allí, como en un sueño, vio una escalera de oro que ascendía al cielo y en lo alto de esa escalera vio también al catequista que la había bautizado, que la invitó a subir por ella. Perpetua habla de su esclava Felicidad, que esperaba un hijo y, que por estar encinta, podría haber evitado el martirio. Pero rezó para que el feliz acontecimiento se produjera a tiempo de estar con sus compañeros y compañeras cristianos en el día glorioso, y le fue concedido, porque dio a luz dos días antes de la ejecución.
Perpetua es consciente de que puede conocer a fondo la Palabra de Dios y transmitirla a los demás. Esto lo consigue principalmente a través de las visiones, que son para ella un medio de comprender su propio destino y, al mismo tiempo, una forma de penetrar en los misterios de la fe cristiana. En sus visiones describe la figura de Dios como un anciano de cabellos blancos, sentado, en actitud amorosa, rodeado de multitudes de bienaventurados, habla de vestiduras blancas y habla también del “dragón” que simboliza la antigua serpiente, el de monio, elementos todos que se encuentran en escenas del Apocalipsis (cf. Ap 1 y 4 y 12).
Se aplica para sí las situaciones de la mujer de Ap 12. Se describe como herida por el dragón, pero se ve capaz de escapar al ataque con la ayuda de Cristo, como la mujer del Apocalipsis, en el acto mismo de “pisar la cabeza” del adversario, según la promesa de Dios a Eva después de su culpa.
Por todo este entrelazamiento de vida y Palabra de Dios, podemos decir que Perpetua fue precursora, a su manera, de aquellas mujeres que hoy se acercan a la Sagrada Escritura como estudiosas. ¿Qué significa para una mujer hacer teología? ¿Qué puede aportar como mujer a las ciencias sagradas? La teología es una construcción cultural que, como toda cultura en general, ha sido hasta hoy en gran parte fruto del pensamiento de la mitad de la humanidad, la mitad masculina. Así es como la mujer, hasta hoy, se ha enfrentado a un Dios visto por varones. Esta es la enorme tarea a la que se enfrenta la mujer teóloga: toda una revisión crítica que no se limita a la búsqueda de imágenes femeninas de Dios en la Biblia; que debe ir mucho más allá de un cambio de lenguaje o de un análisis de la revalorización de la mujer provocada por Cristo.
Hay toda una teología que releer. Hablemos de Él, el Dios con nosotros. ¿Con nosotros, quién? ¿Quién ha captado su carácter, su psicología, su sensibilidad, su emotividad? ¿Quién nos dirá jamás lo que María, la Magdalena, Salomé, Juana, las otras, comprendieron de Dios? Ni Marta, ni María, ni la mujer curada después de doce años, ni la samaritana, ni la cananea nos lo revelan. Y, sin embargo, una mujer, la Verónica, quitó del rostro de Cristo la máscara que lo desfiguraba: es un gesto que los varones no han hecho y que puede ser emblemático de lo que las mujeres están llamadas a hacer en teología: redescubrir el Rostro luminoso del Señor, del Emmanuel, del Dios con nosotros.