La Iglesia, signo de esperanza
El compromiso de la Iglesia con el desarrollo social de Sudan del Sur es esencial. Son muchos los retos por conseguir en un país situado al final de las listas de las naciones más pobres del planeta, pero a la luz del Evangelio todo es posible, todo llega: «Fijaos en el labrador: cómo aguarda con paciencia hasta recibir la lluvia temprana y tardía, con la esperanza del fruto valioso de la tierra» (St 5,7).
Por: P. Alan Neville, MSC
Durante su visita a Sudán del Sur en 2023, el Papa Francisco dijo: “Dios no pone su esperanza en los grandes y poderosos, sino en los pequeños y humildes. Y este es el camino de Dios”. Este ha sido el camino de la Iglesia católica aquí durante las décadas de lucha por la liberación, la culminación de la Independencia y las luchas mientras el país de más reciente creación del mundo sigue encontrando su camino. Haciéndose eco del Caminito de Santa Teresa de Lisieux, la Iglesia ha llevado a cabo pequeños, pero poderosos actos de amor impulsados por la gracia de Dios. No siempre ha sido fácil, pero no hay duda de que el Espíritu Santo se mueve.
Un país joven, una Iglesia viva. A menudo, la gente conoce Sudán del Sur sólo por sus tragedias. Pocos pueden ubicarlo en un mapa y muchos aún creen que forma parte de Sudán. Sin embargo, este joven país alberga una diversidad cultural inmensa: más de 64 pueblos conviven con sus propios idiomas y tradiciones. El 42% de la población es menor de 15 años, lo que revela un enorme potencial humano. La juventud está llena de energía, ilusión y deseo de construir un país mejor. Y la Iglesia está ahí para acompañar, formar y sostener ese anhelo.
Huida al sur. El mayor de los retos en la actualidad es la cruenta guerra civil que se vive en Sudán. Aquí, la Iglesia católica abarca tanto Sudán del Sur como Sudán, sorteando considerables tensiones entre ambos países. Las dos diócesis que abarcan Sudán luchan por sobrevivir y la violencia ha llevado a más de un millón de personas a huir a Sudán del Sur, poniendo a prueba unos recursos ya de por sí limitados. La situación en el propio Sudán es calamitosa, con muchas parroquias, escuelas y clínicas obligadas a cerrar. Hay zonas en las que sacerdotes, religiosos y laicos continúan su labor evangelizadora, pero en ocasiones en condiciones muy difíciles. Aun así, no dejan sus comunidades. En otras zonas, no queda más remedio que marcharse con la gente que huye de la violencia que se avecina, estableciendo un hogar temporal en lugares como Port Sudan, hasta que puedan regresar. Recoger los pedazos de ministerios que han prosperado durante décadas, pero que ahora yacen en ruinas, exigirá valor, fortaleza y, sobre todo, esperanza.
Ejemplos a seguir. Este sentido de fortaleza y valentía está ejemplificado en las vidas de Santa Josefina Bakhita y San Daniel Comboni, santos patronos, tanto de los sudaneses, como de los sursudaneses. Santa Josefina, patrona de los esclavizados y de los traficantes, y San Daniel, uno de los santos patronos de los misioneros, hablan de la doble llamada de la Iglesia a la justicia y a la misión. Está fuera del alcance de este artículo detallar la historia de la Iglesia en Sudán del Sur, pero tres pequeñas viñetas del pasado, el presente y el futuro ilustran una comunidad de fe dinámica y llena de fe.
El 1 de noviembre de 2023, cristianos de todas las confesiones lloraron la muerte del obispo Paride Taban. Se le consideraba una persona de inmensa importancia en Sudán del Sur por su labor en los ámbitos de la paz y la reconciliación. A lo largo de su vida, tuvo la visión de mirar más allá de las diferencias y reconocer la humanidad común de su pueblo en una época en la que otros trataban de instrumentalizar el miedo y la división. En 2005, fundó la Aldea de la Paz de la Santísima Trinidad, en Kuron, para reunir a las comunidades y fomentar una nueva forma de afrontar los conflictos y aprender a vivir en paz. Una sencilla oración de 28 palabras fue la base de su ministerio:
“Amor, alegría, paz, paciencia, compasión, simpatía, bondad, veracidad, amabilidad, autocontrol, humildad, pobreza, perdón, misericordia, amistad, confianza, unidad, pureza, fe, esperanza. Estas son 20. Ocho palabras más son: Te quiero; te echo de menos; gracias; perdono; olvidamos; juntos; me equivoco; lo siento”.
Fue esta empatía la que resonó en aquellos heridos por décadas de conflicto, que necesitaban desesperadamente ser curados. Su ejemplo nos recordó de forma tangible nuestra humanidad común como hermanos y hermanas en Cristo. Desde su muerte, su legado sigue creciendo y extendiéndose, como un poderoso símbolo de esperanza frente a la adversidad.
Piedras vivas. Sudán del Sur es más grande que España y Portugal juntos, con muchas zonas de difícil acceso debido a las inundaciones y a las deficientes infraestructuras. Para llegar a algunos de los puestos parroquiales en la diócesis situada al norte de la nuestra, pueden ser necesarios tres días remando en una pequeña canoa, durmiendo cada noche bajo una mosquitera en una pequeña isla y dos días caminando. A menudo, un sacerdote sólo puede ir una vez al año, si acaso, por lo que los catequistas locales son esenciales para la vida de la comunidad. En este momento, en la diócesis de Rumbek tenemos catorce catequistas que participan en un programa de teología de cuatro meses de duración para prepararlos para su ministerio. Estos hombres y mujeres están extraordinariamente comprometidos con su fe, entregando su vida a apoyar a sus comunidades en su camino de fe. Los preparan para los sacramentos, ayudan a formar a los niños y apoyan a los jóvenes, organizan y dirigen los servicios de comunión en ausencia de un sacerdote, y acompañan a la gente en las sesiones de catequesis y las reuniones de oración. Aquí, la Iglesia se compone realmente de piedras vivas que hoy forman una casa espiritual.
El empuje de la mujer. Hace veinte años, las Hermanas de Loreto comenzaron su misión en Rumbek, en el centro de Sudán del Sur. La Hermana Orla Treacy y su comunidad abrieron proféticamente un internado de secundaria para niñas en una comunidad en la que los matrimonios forzados a edades tempranas eran habituales. Al principio la gente se mostró escéptica, creyendo que las chicas no vendrían, pero vinieron. Luego, la gente argumentó que no se quedarían, pero las niñas perseveraron, a veces frente a la inmensa presión de abandonar los estudios para que sus familias las casaran a cambio del pago del precio de la novia en forma de vacas. Ahora vemos a los primeros grupos que se gradúan en la universidad, muchas de las cuales son las primeras de sus familias en terminar estudios de tercer nivel y que regresan a sus comunidades como profesoras, trabajadoras sociales, enfermeras, etc. Con lo que muchos no contaban era con el empuje y la resistencia de estas jóvenes y la tenaz persistencia de las Hermanas de Loreto. Estas jóvenes son agentes del cambio de una forma que pocos esperaban, levantando a sus comunidades y desafiando las ideas preconcebidas sobre la educación de las niñas. Quizá su mayor logro sea que un grupo de antiguas alumnas que trabajan en el norte del país, cerca de la frontera con Sudán, colaboran ahora con las Hermanas para poner en marcha una nueva escuela para niñas, construyendo un futuro mejor para su pueblo.
El Papa comprometido. Francisco tiene una afinidad especial con Sudán del Sur y se ha implicado personalmente en el proceso de paz. En 2019, durante una visita del presidente Salva Kiir y sus vicepresidentes, el pontífice, que entonces tenía 82 años, se arrodilló y les besó los pies como súplica para que se comprometieran con la paz. Cuando se preparaba para abandonar Juba en 2023, tras una visita asombrosamente exitosa, el Papa dijo: “Queridos hermanos y hermanas, vuelvo a Roma con vosotros aún más cerca de mi corazón. No perdáis nunca la esperanza. Y no perdáis nunca la oportunidad de construir la paz. Que la esperanza y la paz habiten entre vosotros. Que la esperanza y la paz habiten en Sudán del Sur”.