Juicio ‘salomónico’

Por: P. José María Álvarez, msc

Un relato bíblico muy conocido es el del rey Salomón, en el que se quiere subrayar su sabiduría con ese caso que le plantean para que decida, entre dos madres, a cuál de ellas le pertenecería el hijo. Viene en el primer Libro de los Reyes (3, 1628), y presenta la disputa acerca de un recién nacido del que ambas mujeres afirman que les pertenece. La escena es muy dramática, porque se describe cómo las dos madres, que viven en una misma casa, han parido casi a la vez y una de ellas ha matado accidentalmente a su bebé durante la noche y lo ha sustituido por el vivo; y la otra, cuando por la mañana se da cuenta del trueque, acude al rey para que se haga justicia y le devuelvan a su hijo.

La disputa la recoge muy bien el texto, pues ambas mujeres defienden con encomio que el niño vivo es el propio y no paran de discutir y exigir justicia. Y, claro, el rey decide hacerla de una manera elemental: como las dos dicen ser ‘propietarias’, ordena que le traigan una espada y que se parta por el medio al niño para dar a cada una la mitad. Esta decisión le parece justa a la que no es la madre, pero no a quien de verdad lo es, como era de suponer, y así se destapa lo que había quedado encubierto en la discusión. La auténtica madre no puede soportar, ni mucho menos tolerar, que su hijo pereciera a causa de aquella disputa. Y así la estratagema del rey hizo que aflorara la verdad, de manera que el pueblo comenzó desde entonces a apreciar a aquel joven monarca porque en él «había una sabiduría divina con la que hacer justicia» (v.28).

Así pues, Salomón se forjó fama de sabio e inteligente y de tener «un corazón abierto como la playa a orillas del mar» (5,9), que le llevó a escribir lo mismo proverbios que canciones, a disertar sobre animales y plantas, y a que de todas partes acudieran a escucharle y le trajeran presentes en agradecimiento por compartir su sabiduría (5,1014). Todo ello, seguramente, como demostración de que Dios le había concedido aquel «corazón sabio e inteligente» que un día soñara (3,9 ss.).

Puede que quien te pide que ejerzas de juez esté buscando la manera de comprometer tu respuesta.

Desde entonces, venimos citando este pasaje como muestra de esa sabiduría y sirviéndonos de la frase ‘salomónico’, para referirnos a juicios y decisiones que entrañan una decisión que parece equitativa, pero que en realidad conlleva una picardía, que permite desenmascarar propósitos ocultos. Porque, en realidad, lo que hace Salomón es provocar mediante un gesto extremo una reacción sincera. Con la amenaza de matar al niño descubre a su verdadera madre y manifiesta la impostura de la que no lo es. Y este ingenio es el que nosotros invocamos con esa expresión de ‘juicio salomónico’.

Pero vayamos ahora a nuestras actitudes cotidianas, a todas esas oportunidades que tenemos de manifestar nuestro ingenio al tiempo que afrontamos una duda, una disputa. A veces, se nos pide que dilucidemos entre una u otra cosa, que nos decidamos apoyando éste o aquél asunto, y nos vemos obligados así a juzgar entre posturas que siempre vienen acompañadas de la implicación correspondiente. Y puede que quien te pide que ejerzas de juez esté buscando la manera de comprometer tu respuesta, de manera que ésta ya venga condicionada de antemano. Lo malo es que no todos ni siempre contamos con esa sabiduría que garantizaría una respuesta, una decisión, ajustada a ella. Somos, el común, personas normales sin más conocimientos y capacidades que los que puedan darnos nuestra formación, cultura y, sobre todo, el sentido común. Pero puestos en esa tesitura no nos queda otra que manifestarnos… y a ver qué resulta.

Sin embargo, vemos con frecuencia que se ejerce de ‘salomones’ de baratillo, tomando decisiones que contradicen hasta lo más sensato y que hasta se aplican con un dogmatismo que sorprende. ¿Por qué lo hacemos? ¿Por qué nos atrevemos a mediar y hasta a litigar en asuntos que debieran quedar reservados para jueces más competentes? Seguramente porque nos tienta el obrar de esta manera demostrando así a los demás que somos más de lo que aparentamos, porque pretendemos, absurdamente, convertirnos en jueces de lo ajeno.

Sin duda, la mejor de las soluciones sería el poder contar con esa misma sabiduría que caracterizaba en ese momento al rey Salomón, la que Dios le había otorgado y que él aplicaba representándole. Pero eso requiere sentirse uno mismo vinculado íntimamente a Dios y actuando en su nombre, algo que sólo puede nacer de nuestra consciencia de ser sus hijos y sentirnos elegidos para obrar siguiendo siempre su enseñanza. Ésa sí que es una verdadera sabiduría de la que surgirán auténticos ‘juicios salomónicos’.

 

Foto: El juicio de Salomón. Giordano, Luca. Museo Nacional del Prado

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