Febrero: La inteligencia de la liturgia
14 de febrero: San Cirilo y Metodio, apóstoles de los eslavos
Por: Hno. Gianluca Pitzolu, msc
Todos nosotros, hijos de los vuelos ‘low-cost’, sabemos lo vital que es entender lo que dice otra persona con las palabras de su propio idioma. Un divertido episodio a este respecto lo vivió el organista inglés Federico Bridge cuando, encontrándose con un amigo en Moscú, llamó a un carruaje a la estación y se dirigió a Petersburgo, donde le esperaban para un concierto. El cochero no sabía una palabra de inglés; los dos no sabían una palabra de ruso. ¿Cómo iban a entenderse? Bridge y su amigo intentaron imitar al tren: uno se puso a cuatro patas y con las manos y los pies imitó el movimiento de las ruedas, el otro empezó a silbar y a resoplar; el cochero se echó a reír, les hizo un gesto de asentimiento y se marchó. «Ha sido una buena idea», se dijeron los dos amigos, «seguro que llegamos a tiempo». Media hora más tarde, el cochero les dejó, no en la estación, sino en el patio de un manicomio.
De este episodio comprendemos la importancia de entender lo que uno dice y el otro escucha. Y esto también lo entendieron bien Cirilo y Metodio, los santos que la Iglesia conmemora el 14 de febrero. Ellos ostentan el título de ‘apóstoles de los eslavos’ y, precisamente por el celo que tenían por transmitir el Evangelio, se valieron de instrumentos apropiados que resultaron decisivos. En la antigua Moravia sólo se hablaba una lengua, sin alfabeto con el que escribirla. Con genio audaz, los dos hermanos idearon un complejo y sofisticado sistema de signos gráficos (el ‘cirílico’), con el que aún hoy se escriben muchas lenguas eslavas. Cirilo y Metodio tenían dos personalidades diferentes. Metodio, un alto funcionario del Imperio Romano, se había convertido en gobernador de una colonia eslava, mientras que Cirilo había preferido dedicarse a la enseñanza. Pero, como sabemos, los planes de los hombres nunca coinciden con los de Dios. Dios tenía otros planes en mente para estos dos jóvenes, a los que primero llamó a la vida religiosa y sacerdotal, y después puso a su disposición para la misión. Fue el propio emperador quien los envió a evangelizar los pueblos de Moravia, donde otros habían fracasado. Nada más llegar, comprendieron la razón de los fracasos de quienes les habían precedido. La gente no entendía nada de la liturgia en latín y no tenía acceso a las Sagradas Escrituras. Así surgió la idea de inventar un alfabeto propio para la lengua eslava hablada y con esos caracteres transcribieron luego la Biblia y el Misal. Fue una auténtica revolución en la Iglesia Católica, lo que provocó fuertes reacciones, hasta la acusación de herejía y cisma. Afortunadamente, en el trono de Pedro se sentaba entonces el Papa Adriano II, que les defendió. El Papa sabía bien que la eficacia de los sacramentos no está ligada a la lengua en que se administran, sino a la gracia de Cristo que nos llega a través de ellos. De este modo, lo que se estableció en el Vaticano II sobre la celebración de los ritos sagrados en la lengua hablada por el pueblo, ya se había realizado once siglos antes en aquellas lejanas tierras de Moravia. Y gracias a esta novedad lingüística, poco después se evangelizó toda la parte oriental de Europa; de ahí el merecido título de nuestros dos santos como ‘patronos de Europa’. Pero volvamos a nuestro tiempo. Como es bien sabido, existe en la Iglesia un ala ‘tradicionalista’ que desearía el retorno a los ritos en lengua latina. Y hacen de ello una cuestión de absoluta importancia. Se argumenta que el latín siempre ha dado a la liturgia un aspecto solemne y que todas las religiones utilizan una lengua sagrada. ¿Cómo responder a estas observaciones? Con las palabras de San Pablo VI: «La inteligencia de la oración vale más que los ropajes sedosos y anticuados con que se ha revestido de realeza; vale más la participación del pueblo […] ¿Qué dijo Pablo? En la asamblea prefiero decir cinco palabras según mi inteligencia para instruir también a los demás, que diez mil en virtud del don de lenguas».
Cirilo murió en Roma en el 869, mientras que Metodio regresó a los eslavos para proseguir su labor evangelizadora. Hasta el final, siguió siendo acusado por los ‘tradicionalistas’ de su época de abrirse demasiado a la mentalidad y la lengua de los pueblos eslavos. Sin embargo, su recuerdo, como el de su querido hermano, a lo largo de los siglos nunca se ha desvanecido en las conciencias de los cristianos de Oriente y Occidente.