Enero: AMISTAD

2 de Enero: San Basilio Magno y San Gregorio Nacianceno, Doctores de la Iglesia.

Por: Hno. Gianluca Pitzolu, msc. La palabra «amistad» ha adquirido un significado polivalente en las relaciones humanas, y es fácil abusar de esta expresión. El caso más llamativo es el de las amistades virtuales. Así, hablamos de «amigo» cuando contactamos en Facebook con una persona con la que nunca hemos intercambiado una palabra en persona. Hay quien presume de tener miles de amistades de esta forma. Pero ¿lo son realmente? ¿acaso la amistad no exige un intercambio concreto de experiencias, como que alguien se ría contigo o enjugue tus lágrimas con un pañuelo? pero incluso cuando existe contacto humano, la mayoría de las personas que consideramos amigos son en realidad meros conocidos. Ciertamente hablamos impropiamente de amistad cuando a través de ella pretendemos perseguir un beneficio personal, como la que se establece entre socios comerciales, entre compañeros de trabajo. A veces conocemos a personas a las que llamamos amigos porque realmente nos caen bien, nos llevamos bien con ellos, sentimos cierta admiración por lo que hacen. Sin embargo, los mantenemos al margen de nuestros pensamientos más íntimos, de nuestras angustias más secretas. Si tienen éxito, o reciben un premio, no nos sentimos tan felices como si nos hubiera ocurrido a nosotros. La verdadera amistad, en cambio, es un sentimiento afectuoso y profundo que puede superar el propio vínculo de sangre, que une a las personas en una sola y transforma el yo en un nosotros. Permite participar y compartirlo todo con el otro: alegrarse cuando el otro se alegra y sufrir cuando el otro sufre. Para explicar mejor lo que es un vínculo auténtico, vale la pena contar la historia de una amistad verdadera, que es la que tuvo lugar entre dos santos que la Iglesia venera y recuerda el 2 de Enero. Se trata de San Basilio Magno y San Gregorio Nacianceno, dos personajes de gran talla, cuyas vidas se entrelazaron por completo y para siempre, y por eso mismo se enriquecieron mutua y bellamente.

Contemporáneos. Nacieron en el año 329, Basilio en Cesarea, mientras que Gregorio en una pequeña aldea cerca de Nacianzo. Descubrieron que tenían el mismo amor por la vida monástica y eremítica, y Basilio redactó dos importantes «Reglas» con las que miles de otros monjes, que tomaron el nombre de “basilianos” del fundador, midieron sus vidas. Ambos fueron consagrados obispos, Gregorio por imposición de manos de su amigo Basilio, y se dedicaron a profundizar en la doctrina cristiana, hasta el punto de merecer el título de “Doctores”. Entre las obras de Gregorio hay un célebre elogio de su amigo Basilio, y en él se hace un sublime elogio de su amistad, para que nunca fuera olvidada y sirviera de ejemplo a los cristianos de las generaciones futuras. Ambos se encontraron en Atenas, donde proliferaban las ideas y se oían las voces de muchos maestros que daban allí sus lecciones. Estaban allí precisamente por motivos de estudio, y cuando se encontraron, descubrieron que tenían el mismo entendimiento, las mismas intenciones, empezaron a compartir el techo, la mesa, a pasar mucho tiempo juntos. Eran totalmente el uno para el otro, y su amistad se hacía cada día más fuerte. A este respecto, Gregorio, en el elogio de su amigo, explica la naturaleza de su amistad: «los amores según Dios y castos, formados de cosas que perduran, son por eso mismo más estables, y cuanto más se descubre su belleza, tanto más unen a los que están prendados del mismo amor a sí mismos y entre sí». La verdadera amistad es siempre espiritual, y basta un solo pensamiento impúdico para estropearla. Basilio y Gregorio aspiraban al conocimiento, que más que cualquier otra cosa expone a uno a la envidia, pero entre ellos nada de esto, sólo la emulación era fuerte. No rivalizaban por el primer puesto, sino que uno deseaba cedérselo al otro, y cada uno buscaba la gloria de su compañero antes que la suya propia.
El libro del Eclesiástico afirma: «Quien encuentra un amigo, encuentra un tesoro» (Si 6,14). Este fue sin duda el caso de Basilio y Gregorio. Y es que ninguno de los dos conservaba al otro como alguien a quien poseer, casi a la manera de los bienes materiales. Más bien, la caridad que está en el corazón de toda verdadera amistad lleva a entregarse al otro, a gastarse por el otro, a no querer egoístamente al otro sólo para uno mismo.

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