El milagrillo de Lisandro
Por: Jaime Ybarra
Sabían, desde siempre, que era una persona apasionada de la palabra. Para que entiendan: era una persona que ‘no callaba ni debajo del agua’. Hablaba y hablaba, opinaba de todo, conocía de todo, su locuacidad no conocía límites. Era difícil quitarle el turno de palabra y, cuando alguien lo conseguía, era inmediatamente anulado por un nuevo torrente de su palabrería. Cómo no sería, que su abuela, siendo Lisandro casi un niño, hastiada del permanente soniquete de la charla de su nieto, le espetó con cierta amargura:
– “Hablas más que un cura desde el pulpito dándonos el sermón”- Frase que por su grafismo e ingenio se le quedó grabada a Lisandro para el resto de su vida, a la vez que le creó un cierto desprecio por todo aquello que le sonaba a clerical.
Hacía un tiempo que las navidades habían finalizado, pero sus secuelas aún seguían. Algunos recordaban sus reuniones familiares, otros las decoraciones, los más tragones sus festines gastronómicos. Pocos eran los que recordaban las liturgias religiosas de la Navidad, siempre tan concurridas, como prontamente olvidadas.
Pero había alguien que, ni siquiera la Navidad, hacía olvidar su interminable oratoria. ¡Quién si no!: Lisandro. Tenía para todos en su inagotable labia. Además, estas fiestas con tan marcado sentido religioso, azuzaban su facultad dialéctica haciéndola aún más amplia.
Aquel día se encontró con un amigo de toda la vida. Hombre parco de expresiones y respetuoso con los demás. Tras los saludos de rigor, Lisandro, como de costumbre, tomó la palabra. – “¿Qué tal la celebración de las fiestas? ¡Vaya pérdida de tiempo! Si todo el mundo sabe que la Navidad viene con la única realidad de volver el año que viene de la misma manera. Siempre igual, mismas felicitaciones, mismos adornos, grandes comilonas. Y, ¿qué me dices de tu amigo el cura? Nos volverá a soltar el mismo e interminable sermón. Lo que yo te digo. Un año, otro y otro más. Así desde tiempo inmemorial, siempre igual. ¿A eso llamáis fiestas?”. Este pequeño momento de respiro de Lisandro, lo aprovechó su amigo para tomar el turno de palabra. O lo usaba ahora o a saber cuándo. Lisandro no daba muchas oportunidades.
– “Querido amigo. Esta última Navidad no ha sido igual a las anteriores, ni serán igual a las que vuelvan. Todas tienen un gran secreto para que, siendo semejantes, las hagan siempre distintas. Ese secreto es el de la ilusión renovada”.
Por primera vez, Lisandro se quedó sin saber qué decir. No tenía palabras. Para la ilusión las palabras sobran, sólo valen los sentimientos.
Este pequeño milagro de conseguir el silencio de Lisandro, aunque fuera desde el recuerdo de la última Navidad, lo logró un sentimiento de ilusión. Ilusión que se renueva. Ilusión que Lisandro nunca había conocido. Siempre la empañaba con su verborrea.