El Corazón, abierto, de Dios

Por: P. José María Álvarez, msc

¿Quién es Dios y cómo se nos manifiesta? Son las dos preguntas elementales que todo el mundo se hace al considerar este Misterio que es, para nosotros, lo divino. En la Biblia, en lo que llamamos ‘Antiguo Testamento’, se nos presenta a Dios con rasgos que tienen más que ver con nuestra interpretación que con su realidad, pero esto es inevitable porque tendemos a ‘manipular’ lo divino con nuestra imaginación y con las limitaciones propias de nuestro entendimiento.

A pesar de eso, Dios no ha dejado de transmitirnos lo que Él es e insistirnos en que vivamos de manera acorde con su pensamiento y con el propósito que tuvo al llamarnos a la existencia. Nos ha desvelado la que es su ‘esencia’, por así decir, y que espera que nosotros asimilemos para que nuestra vida tenga un sentido acorde con su Creación. ‘Esencia’ que podríamos definir como su ‘Corazón’, el centro, el eje, de su ser, y que en los diferentes escritos bíblicos se nos presenta como compasión, justicia, perdón, verdad, belleza y sobre todo amor.

En diferentes momentos y a través de determinados personajes, descubrimos en ese Antiguo Testamento, estos rasgos de lo divino. Pero es en el Nuevo Testamento, en el Evangelio, en donde descubrimos -materializados de forma sorprendente- todos esos rasgos. Me refiero a Jesucristo, la encarnación de Dios y por lo tanto la materialización de todas esas cualidades de manera que no hablemos ya de Dios en teoría, sino en la práctica. La práctica de unas cualidades que prueban cómo es Dios, cómo es su Corazón y lo que espera de nosotros. Jesucristo dijo claramente quién es Dios (nuestro Padre) y lo que le caracteriza (su Amor universal). Y esto lo manifestó con su estilo de vida, con su manera de vivir y de hacer, entregado por completo al servicio de los demás para sanar y enmendar, perdonar y reorientar. Esto lo descubrimos a nada que leamos los evangelios, pero hay un pasaje en el que hoy quisiera detenerme para que comprendamos todo con un único detalle. Viene en el Evangelio de san Juan y es algo que al evangelista le impresionó tanto que le motivó para insistir en que lo que describía era verídico y de ello daba fe. Me refiero al relato que decimos ‘de la lanzada’ (Jn 19, 33-35), en el que se describe cómo un soldado romano, para asegurarse de que Jesús estaba muerto, le atraviesa con su lanza el costado. El evangelista dice que, al instante, brotaron sangre y agua de aquella herida. Es un detalle que, tradicionalmente, la Iglesia ha interpretado con diferentes sentidos simbólicos, siendo el más destacado el que ‘de esa fuente surgieron los sacramentos, surgió la Iglesia’.

De ese corazón desgarrado siguen brotando agua y sangre, que son ambos elementos vitales para nuestra existencia física.

Pero yo quisiera traer a nuestra reflexión otro más directo, que es el de caer en la cuenta de que ese símbolo del Amor de Dios que es su Corazón, resulta traspasado por nuestra maldad el deseo de matarle y por nuestra incredulidad el querer cerciorarnos de que lo hemos conseguido, y aun así sigue ofreciéndonos perdón y vida, que es lo que siempre necesitamos y Él lo sabe. Nos ofrece perdón, porque no hay respuesta violenta por parte de Dios a nuestro horrible gesto asesino; y vida porque de ese corazón desgarrado siguen brotando agua y sangre, que son ambos elementos vitales para nuestra existencia física.

Misericordioso. Lo del perdón lo reafirmará Jesús a continuación, cuando después de resucitado se aparecerá a sus amedrentados discípulos y les saludará repetidamente con la palabra ‘paz’ (Jn 20,19-21), sin mencionar para nada su cobardía y deserción. Y lo de la vida se lo propondrá de inmediato al autorizarlos a extender mutuamente ese perdón con la ayuda del Espíritu del que les dotará y que será el ‘motor’ de su envío (Jn 20, 22-23). De manera que el simbolismo del agua y la sangre que brotaron de su Corazón herido podemos entenderlo como el alimento de materialidad y de eternidad que necesitamos todos para poder llevar a cabo su encomienda.

Jesús les había ofrecido ya su sangre como elemento de salvación que sellaba la Nueva Alianza del nuevo pueblo de Dios (Mt 26,27-28; Mc 14,24; Lc 22,20), y un agua de vida que quitará por siempre la sed y que además se convertirá en manantial de agua de eternidad para otros (Jn 4, 13-14), tal como se anuncia que sucederá al fin de los tiempos (Ap 7,17), en los que el Dragón que simboliza el Mal será derrotado gracias a esa sangre (Ap 12,11). Pero esta oferta de salvación, que Jesús explicó de muchas maneras a lo largo de su vida, se convierte con este gesto en una demostración definitiva del amor que Dios nos tiene. ¿Se lo corresponderemos abriendo también nuestro corazón y ofreciendo la mucha vida que encierra?

 

Foto: Velázquez, Diego Rodríguez de Silva y. Museo Nacional del Prado.

Start typing and press Enter to search