Dos mujeres y un destino
Por: P. José María Álvarez, msc.
Cuando leemos la genealogía de Jesucristo en el evangelio de Mateo (Mt 1,5), vemos que se cita como uno de los ascendientes de Jesús a una tal Rut, que viene a ser nada menos que la bisabuela del famoso rey David. Y si curioseamos en el Antiguo Testamento quién era este personaje vemos que su historia apenas ocupa un par de páginas. Los nombres de Rut y de Noemí seguramente nos suenan mucho, porque ambos siguen siendo nombres que muchos padres eligen para sus hijas. Y la historia de estas dos mujeres, aunque breve, tiene una bonita enseñanza que es la que la ha hecho merecedora de figurar entre los demás libros bíblicos.
Un relato. Érase una vez… una mujer llamada Noemí, que vivía en la región de Moab y que enviudó quedándose con dos hijos mayores, casados con dos jóvenes llamadas Orfá y Rut. Pero también éstos fallecieron y así Noemí se quedó en una situación que era penosa en aquellos tiempos: viuda y sin hijos que la pudieran mantener. Como allí no podría vivir, decidió volver a su lugar de origen familiar, Belén de Judá, despidiendo a sus dos nueras para que hicieran lo mismo y regresaran a sus lugares de origen para que sus familias maternas las ayudaran. Les agradeció sus favores y las bendijo pidiéndole a Dios que les concediera nuevos maridos y una vida apacible con ellos. Ella era demasiado mayor y sería más una carga que una ayuda, mientras que ellas podrían encontrar otros maridos con los que rehacer sus vidas.
En ella se manifiesta la confianza que tienen en Dios y cómo es recompensada siempre.
Ambas nueras lloraron en la despedida, Orfá besó a su suegra y se volvió para su pueblo, pero Rut, no. Se dirigió entonces a ella y le dijo estas palabras que recoge con cariño la Biblia: «No insistas en que te abandone y me separe de ti, porque a donde tú vayas yo iré y en donde vivas viviré contigo. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios» (Rt 1,16). Y Noemí, seguramente conmovida, aceptó su compañía y ambas se pusieron en camino hacia Belén. Cuando llegaron era el tiempo de la siega de la cebada y Rut le pidió permiso a su suegra para ir al campo, a ir espigando detrás de los segadores para recoger lo que estos dejaban, que era algo establecido por la Ley para ayudar a los necesitados.
La ley. El propietario de aquel campo era Booz, un pariente del marido de Noemí que, sabedor del detalle que había tenido Rut con su suegra, ordenó a sus criados que, además de dejarla espigar libremente, pusieran a su alcance más espigas para que las recogiera al final. Así fueron pasando los días de la siega y Noemí, deseosa de ayudar a su nuera le habló del ‘derecho de rescate’, que podía tener sobre ellas Booz al ser pariente. Era la ley del levirato (Dt 25,5 ss.), que exigía que la viuda se casara con el hermano o el pariente más próximo del marido para darle descendencia. Justamente lo que le recordaron a Jesús aquellos saduceos que le plantearon un caso hipotético para ponerle a prueba (Mt 22,23-33). Buscando reclamar ese derecho, Noemí aleccionó a Rut para que se lavara y perfumara y se dirigiera a la era para pasar la noche acostada a los pies de Booz, a esperar que ‘la cubriera con el borde de su manto’, que era la manera de pedir a su pariente que la desposara (Dt 23,1; 27,20). Booz debía ser mayor, porque agradece a Rut que lo eligiera a él en vez de a una persona joven y reconoce en ella a una mujer virtuosa, tal como había demostrado antes en su comportamiento con Noemí. Y tras solventar un pequeño litigio con otro pariente, al que igualmente le correspondería el derecho al rescate, Booz desposó a Rut, que concibió a un niño, Obed, que luego sería abuelo del rey David.
Un ejemplo. La historia es muy breve, pero resulta enjundiosa para el pueblo judío, que descubre en ella esos valores que edifican la creencia y la ética de la fe de Israel, pues en ella se manifiesta la confianza que tienen en Dios y cómo es recompensada siempre, ya que su misericordia llega incluso a los extranjeros. También es el pago a la caridad y la entrega de Rut, cuyo respeto a Noemí y a la memoria de su difunto marido resultan ejemplares, lo mismo que el comportamiento de Booz, que igualmente respeta el derecho al rescate de ese otro pariente al que podía haber mantenido al margen. Por eso bien podemos decir que este relato es una enseñanza duradera para quienes aceptan ponerse en manos de Dios respetando sus leyes y entran en el juego de la vida confiando en que, sin conocer los resultados, escribirán páginas de eternidad.