De establo a Basílica

Por: P. José María Álvarez, msc

Los espacios en los que desarrollamos nuestra vida, en todas sus facetas y peculiaridades, son siempre lugares que modificamos a nuestro gusto y de acuerdo con nuestras necesidades. Y así lo mismo construimos una sencilla cabaña que edificamos un magnífico rascacielos, nos acomodamos en una simple habitación o precisamos un palacio en el que perdernos. Todo depende de nuestras necesidades, de nuestras preferencias, y también de nuestro gusto particular. Al final, ese espacio que construimos y reservamos para vivir, trabajar o descansar, es algo querido y, por tanto, modificado a nuestra conveniencia. Y es curioso el que, con el tiempo, un mismo lugar reciba diferentes usos, a veces muy diferentes. Precisamente esto sucedió cuando el P. Julio Chevalier inició su aventura de fundar una Congregación misionera y dotarla de un espacio en el que vivir, rezar y misionar. Fue en la villa de Issoudun, y lo cuenta él mismo con estas palabras:

«A mi regreso hicimos las reformas necesarias en nuestra nueva residencia y convertimos una granja y un establo en capilla. Esta improvisada capilla tenía el privilegio de una pobreza extrema y de una raquítica apariencia; podía acoger cómodamente quinientas o seiscientas personas. Su eminencia el cardenal Du Pont fijó la ceremonia de nuestra instalación el día de la fiesta del Santo Nombre de María que, este año de 1855, caía el 12 de Septiembre. El arzobispo, impedido por la enfermedad, delegó en su lugar al sacerdote Caillaud, Vicario general. Asistió todo el clero de la parroquia presidido por el venerable arcipreste señor Crozat con la cara radiante de alegría. La muchedumbre era inmensa. El discurso del Vicario general fue elocuente; después, de parte del cardenal, nos bautizó con el nombre de Misioneros del Sagrado Corazón, el mismo día en que la Iglesia celebra el Santo Nombre de María. Este nuevo y misterioso nacimiento llegaba justo nueve meses después de la Concepción, el ocho de diciembre del año anterior. ¡Qué singulares coincidencias!».

Un buen día de fiesta, marcado además por esa coincidencia de ‘dar a luz’ un proyecto que nació justamente nueve meses antes, el 8 de diciembre de 1854, el día en que celebramos la Concepción de María y en el que Ella respondió a la plegaria del P. Chevalier y su compañero, ayudando milagrosamente a su proyecto de fundar una congregación misionera. Pero fijémonos en ese detalle de pobreza y precariedad con el que empezó esa obra: en una granja y establo reconvertidos en capilla. Es lo que el P. Chevalier pudo conseguir con sus escasos medios y no resultó impedimento para iniciar su proyecto evangelizador, ni para que ese día celebraran una fiesta por todo lo alto y con gran afluencia de fieles.

Pasaron años, la Congregación creció, y lo que empezó siendo un establo se convirtió primero en iglesia y después en Basílica. Una construcción más digna para ubicar en ella el culto a Nuestra Señora del Sagrado Corazón, pero también un centro de peregrinación abierto a todo el mundo, al que han acudido millones de devotos para honrar a la Madre del Señor con este título que la vincula tan íntimamente al Amor de Dios. No es un lugar que atraiga por apariciones marianas, ni tampoco un espacio reservado a estudios teológicos o de raigambre cultural y social. Es, simplemente, aquel espacio humilde y pobre en el que un modesto sacerdote manifestó su espíritu misionero y lo hizo de la mano de María, aquella cuyo nombre se honraba de manera especial ese mismo día. Y fue la bendición de María a ese proyecto la que lo hizo medrar, difundiéndolo por todo el mundo a través de su hermosa advocación, ésa que sus devotos proclamamos a diario al invocarla con este hermoso título: Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Hoy podemos visitar Issodun y la ‘casa madre’ de los Misioneros del Sagrado Corazón, pasear por su hermoso ‘Parque de las peregrinaciones’, en el que encontraremos multitud de alusiones a Nuestra Señora y al Sagrado Corazón, pero, sobre todo, nos acercaremos a conocer la Basílica en la que se les da culto a ambos. Descubriremos una edificación bonita, pero sencilla, sin esa grandiosidad con la que suelen destacar las basílicas y catedrales, edificios fruto normalmente de años de muchos trabajos y esfuerzos económicos que se traslucen en su magnificencia. Pero un edificio rico en espiritualidad en donde el que es su centro, Nuestra Señora, ofrece a los devotos y peregrinos el mensaje que el P. Chevalier nos regaló con esta sencilla advocación: que Dios edificó su templo más grande y hermoso en la sencillez y humildad de María, convirtiéndola en la tesorera del Amor divino.  Y nosotros tendremos siempre nuestra fiesta honrándola con el nombre de María y el apellido del Sagrado Corazón.

Foto: Sophie Pamart

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