Amar sin decir ninguna palabra (El Salvador)

«Estuve en la cárcel y vinisteis a verme» (Mt 25,36). ¿Y qué sucede con quienes se quedan en casa esperando que vuelva quien está en la cárcel? Para ellos van el resto de versículos …me disteis de comer, me disteis de beber, me acogisteis, me vestisteis, me visitasteis…» (Ver Mt 25,35-36). Cristhian Mancuello, msc, nos cuenta cómo llegó a esta misión y cómo se cuida a las familias de reclusos.

Por: Hno. Cristhian Mancuello

El Salvador es uno de los países centroamericanos más llamativos, que impresionan a muchos turistas por su riqueza cultural y natural. Por eso, es un país muy visitado. Este lugar es conocido especialmente por sus grandiosas playas, por la gran variedad de sus comidas, muy típicas, sin olvidar que cuenta con una historia ancestral impresionante. Pero lo que más queda gravado en el corazón de quien lo visita es la calidez humana de este gran pueblo.

Madre y Maestra. Cristhian Mancuello. Paraguay. Hermandad Misionera de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. MSC

Experiencias que marcan. Cuando hablamos de misión, uno acaba recordando aquellas experiencias que dejan una huella en la propia vida. El sueño de todo misionero empieza cuando en la mente y en lo cotidiano se entretejen la visión del proyecto, la realidad y la propia vivencia de lo deseado. La idea suele ser relacionar a la misión con algo que tenga conexión con ir a tierras lejanas, enfrentarse a realidades difíciles, conocer nuevas personas, adaptarse a una nueva cultura, entre otras cosas.

De primera mano, cuando supe que era destinado a El Salvador (2019), me pareció una propuesta atractiva. Un país del cual no tenía idea alguna, poco o nada hablaban las noticias de este pueblo. Aunque el panorama no era muy esperanzador al comienzo, sentía más miedo que otra cosa. El Salvador es un país pequeño, poco más de 6 millones de habitantes. A pesar de su pequeño tamaño y de ser llamado el ‘pulgarcito’ de América, este país posee una realidad muy fuerte, con un alto nivel de mortalidad, golpeado por la inseguridad, la violencia, y los grupos o pandillas organizadas, las ‘maras’. Mis sueños y esperanzas empezaban a conocer poco a poco esta realidad, a reconocer que es necesario en el llamado, llevar y cargar las cruces de la vida, de la misión. A pesar de todo esto, mis anhelos de hacer una nueva experiencia, de crecer como Misionero del Sagrado Corazón, estaba latente y confiado en el Corazón de Jesús, ya que sentía en lo más profundo de mi ser, que Él me acompañaría en este nuevo sendero, así como siempre lo ha hecho.

Una de las frases que recuerdo mucho y que me resuena bastante es: ‘No se puede amar lo que no se conoce’. Fui descubriendo que para saber o conocer algo o a alguien es importante ir un poco más allá. No se puede vivir o pretender saber desde lo que podría ser, desde las apariencias, es necesario experimentar para conocer, es necesario ser parte de ‘la gran obra de teatro’.

El importante calor humano. Pues bien, todo lo que ha pasado por mi mente y mi corazón, poco a poco, comenzaba a tornarse realidad. Iba dejando nuevamente mi querido Paraguay, para abrazar otra cultura, otras personas, otra familia, otra realidad. Al llegar, reconozco que no fue difícil adaptarme. Fui muy bien recibido. El calor humano, tanto de la gente salvadoreña, como de mis hermanos de congregación en Centroamérica, ha sido para mí un gran impulso, para iniciar una nueva etapa en mi formación y experiencia misionera en esta parte del mundo. Le daba gracias a Dios por conocer a tantas personas maravillosas, comenzaba a sentir el calor humano, la calidez de un Dios que me acompañaba.

El reto de la misión. Yendo un poco más allá, quiero rescatar una parte de mi experiencia pastoral, que considero esencial en mi formación y misión. En esta nueva faceta, el panorama que tenía ante mí, poseía otro matiz por el crecimiento misionero, abrazando la misión desde el Corazón de Jesús. Una de las cosas que rescato y agradezco es la posibilidad de tener grandes experiencias que han marcado mi vida y mi opción por Jesús. Una de ellas es la experiencia que viví en un centro penitenciario, el Centro de detención menor ‘La Esperanza’. Una posibilidad que, en algún momento de mi vida, no lo había pensado seriamente, pero debido a que la congregación acompañaba de manera cercana en este lugar, era una opción muy posible.

…darse cuenta de que a veces lo más importante es sólo acompañar y escuchar, no es tanto en dar grandes discursos o mucho menos colocarse en plano de ser unos jueces implacables.

No había pasado ni un año desde mi llegada a El Salvador, cuando se dio esta oportunidad, poder ir a este centro penal. Después de estar condicionado por la realidad de El Salvador y haberlo superado en parte, no me quedaba de otra que iniciar esta nueva experiencia. Soy consciente de que antes de comenzar en este nuevo sitio, he tenido mis prejuicios, inseguridades, miedos y desconciertos, pero también no podía negar que por algo me hice Misionero del Sagrado Corazón, por algo mi opción por la causa de Jesús, optar por los pequeños, los olvidados, incluso con los despreciados por el mundo.

En el fondo, sabía que estaba siendo fiel al Evangelio, «Estuve en la cárcel y viniste a visitarme» (Mt 25,36), aún a pesar de mis limitaciones, decidí tomar coraje, como decía antes, necesitaba mirar más allá, necesitaba mirar con el corazón, era necesario dar ese paso de fe, incluso más allá de las rejas, de las paredes. Así es como nos enseña Jesús.

Madre y Maestra. Cristhian Mancuello. Paraguay. Hermandad Misionera de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. MSC

Madre y Maestra. Cristhian Mancuello. Paraguay. Hermandad Misionera de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. MSC

Dar el paso. Pasado cierto tiempo, las cosas se fueron apaciguado en mi interior. Ya no sentía como una obligación el irme y compartir con los hermanos del penal. Buscaba cada semana poder estar en ese lugar, poder dejar allí, aunque fuese un granito de arena.  Casi todos los domingos, íbamos a este servicio algunos hermanos de nuestra congregación, junto con otros sacerdotes diocesanos.

Nuestro mayor servicio era desde lo espiritual y religioso, mientras los sacerdotes realizaban la misa y predicaban el Evangelio, nosotros asistíamos en el servicio litúrgico. Solía quedar después de la misa un poco de tiempo para escuchar a algunos de nuestros hermanos reclusos, es un momento impresionante. Por eso, veo valioso cuando uno llega a conectar con las historias de otras personas, cuando uno va más allá, darse cuenta de que a veces lo más importante es sólo acompañar y escuchar, no es tanto en dar grandes discursos o mucho menos colocarse en plano de ser unos jueces implacables. Nuestro principal deber era ser el Corazón de Jesús en medio de esas realidades tan difíciles, hacer presencia visible del Amor de Dios en medio de las paredes, en medio de las desesperanzas y rechazos. Para nosotros era necesario, cada vez más, saber descubrir el rostro de Cristo en los pobres (Constituciones MSC, 22).

De alguna manera, tratábamos de acompañar también algunos familiares de los reclusos. Varios de ellos pertenecían a la zona donde se encontraba la parroquia MSC. No es una tarea fácil, acompañar en los centros penales a las personas, pero tampoco es imposible. Hacer esta experiencia es lo importante, es aprender a caminar con los demás en la vida, así como Jesús camina con nosotros y nos abre un nuevo camino. Es importante conocer antes de juzgar. Es importante saber, que detrás de una historia, existe una realidad y un por qué de las cosas. A pesar de todo, Jesús desea caminar con sus hijos porque nos ama, nos conoce.

Desde el Corazón. Lo que no se me olvida de esta gran experiencia es haber aprendido a amar sin decir ninguna palabra. Te preguntarás cómo es esto posible. Sí, es posible. Dentro del penal me surgió la motivación de aprender lenguas de signos, ya que algunos hermanos sordos en el penal tenían esta discapacidad. Incluso ellos, con sus vidas, me decían mucho sobre Dios y, lo más sorprendente, sin decir ni una sola palabra, sino sólo con gestos que nacen desde el corazón.

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