Arte de prudencia, según B. Gracián
Uno de los escritos más famosos y populares del siglo de oro español es el librito de Baltasar Gracián, ‘Oráculo manual y arte de prudencia’, muy conocido y citado en otros países y lenguas por su sabiduría práctica para orientar la vida y cuyas principales máximas recogemos aquí.
Conocerse a sí mismo. No se puede ser dueño de sí mismo, si primero no se conoce uno a sí mismo; por otra parte, es muy importante conocer nuestra mejor cualidad para triunfar en nuestros propósitos.
Librarse de las necedades comunes. Necios son los que lo parecen y la mitad de los que no lo parecen. La estupidez se ha apoderado del mundo. Cualquier necedad es una vulgaridad y la gente vulgar se compone de necios.
Conocer el temperamento de la gente con que se trata. Cada uno habla según sus afectos y humor. Por eso, todos están muy lejos de la verdad. La razón de las personas, la única que es objetiva, siempre está impedida por los prejuicios.
Cada uno habla de las cosas según su sentimiento, no según la objetividad, y en general todos obramos, no como somos y pensamos, sino según nos vemos obligados por nuestras circunstancias y nuestras conveniencias.
Cautela al informarse. Se vive más de oídas que de lo que vemos. Vivimos de la fe ajena. El oído es la segunda puerta de la verdad y la principal de la mentira. La verdad rara vez llega en su puro elemento y cuando viene de lejos siempre trae algo de mezcla de los ánimos por donde ha pasado.
No ceder a las primeras impresiones. Hay que conocer más en detalle a las personas y no dejarse llevar por las simpatías o antipatías. Para conocer a una persona hay que convivir mucho tiempo con ella, o si no es así, hacer caso de las opiniones de la que la conocen, pero que no sean sus enemigos.
En una palabra, hay que ser virtuoso, porque lo resume todo. La virtud es la cadena de todas las perfecciones, es el centro de
la felicidad.
Ser buen entendedor. Las verdades que más nos importan vienen siempre a medio decir; el prudente sabe entenderlas. Porque de ordinario, lo que decimos y opinamos carece de mínima importancia: sucesos intrascendentes, anécdotas, comentarios que están de sobra. El fondo y la forma. No basta la substancia, también se necesita la circunstancia. Los malos modos todo lo corrompen, hasta la justicia y la razón. Los buenos todo lo remedian: doran el no y endulzan la verdad y hasta hermosean la vejez. En las cosas tienen gran parte el cómo.
Hacer y aparentar. Las cosas no pasan por lo que son, sino por lo que parecen. Son raros los que miran por dentro y muchos los que se contentan con la apariencia.
Moderación en el juzgar. Cada uno piensa como le conviene y adorna con razones sus opiniones caprichosas. La mayoría de la gente antepone el afecto al recto juicio. Y nunca hay que exagerar ni hablar con superlativos para no faltar a la verdad. Prevenir los rumores. La muchedumbre tiene muchas cabezas y por ello muchos ojos para la malicia y muchas lenguas para el descrédito. El hombre prudente ha de evitar el descrédito oponiendo sus dotes de observación a la insolencia vulgar. Es más fácil prevenir que remediar.
Saber negar. No se debe conceder todo, ni a todos. Tanto importa saber negar como saber conceder. Y aquí interviene la forma: más se estima el “no” de algunos que el “sí” de otros, porque un “no” dorado satisface más que un “sí” a secas. Hay muchos bajíos en el trato humano y conviene siempre ir con la sonda en mano. Saber esperar, pero ser decidido. Nunca apresurarse, nunca apasionarse. Si uno es señor de sí, lo será de otros. La espera prudente sazona los aciertos y madura los secretos pensamientos. Pero hay que ser también decidido, porque daña menos la mala ejecución que la falta de decisión.
Buen sentido en todo. Es la primera y más alta regla para hablar y obrar, más recomendable cuanto mayores y más elevadas sean las ocupaciones. Más vale un gramo de buen sentido que montañas de inteligencia.
Conocer las insinuaciones y saber usarlas. Es el punto más sutil del trato humano. Se usan para probar los ánimos, y de la manera más disimulada y penetrante, el corazón.
No cansar y no siempre estar de bromas. Lo bueno, si breve, dos veces bueno; incluso lo malo, si poco, no tan malo. Más consiguen quintaesencias que fárragos. Por otra parte, el que siempre está de burlas, no es hombre de veras.
Tener amigos y saber elegirlos. Cada uno es definido por los amigos que tiene. Tener amigo es el segundo ser. Todo amigo es bueno y sabio para el amigo. Entre ellos todo sale bien.
Cuanto mayor fondo tiene el hombre, tanto tiene de persona. Como los brillos interiores y profundos de diamante, lo interior del hombre siempre vale más que lo exterior. Hay sujetos que sólo son fachada como casas sin acabar. No hay en ellos donde descansar, porque tras el saludo, se acabó la conversación.
En una palabra, hay que ser virtuoso, porque lo resume todo. La virtud es la cadena de todas las perfecciones, es el centro de la felicidad. La virtud convierte al hombre en prudente, discreto, sagaz, cuerdo, sabio, valeroso, moderado, íntegro, feliz, digno de aplauso, verdadero, es decir, un gran hombre en todo.
P. Isaac Riera, msc