¿Amo?

Por: P. Joaquín Herrera, msc

«Dios es amor». ¿Has pensado qué encierra cada una de estas palabras? Te invito a pensar en una de ellas, en la palabra amor, ¿qué es amor en la Sagrada Escritura?

Hay muchas definiciones, ciertamente. En el ámbito de la fe hay, en mi pobre opinión, dos definiciones que ofrecen claridad y nos invitan a pensar, sobre todo existencialmente. Una es: ‘Amar es un acto de la voluntad para hacer el bien al otro’. La otra es del Papa Juan Pablo II: ‘Amar es poner el tú, por encima del yo’.

Jesús, Dios hecho hombre, nos enseña en su vida que siempre puso el tú por encima del yo. El tú del Padre, el tú del prójimo, de la humanidad, tu propio tú. Por eso, ha dado la vida por ti. Jesús es amor. Nos ama con un amor tierno, compasivo, misericordioso, fuerte y constante. Y nos recuerda que «nadie ama más a su amigo que aquel que da su vida por él».
En nuestra cultura, hay una imagen que simboliza el amor. Una imagen que, sin duda, tú a lo largo de tu vida has usado alguna vez. ¿Quién no ha pintado un corazón cuando ama o ha amado de un modo especial a alguien? ¿No hemos dicho más de una vez: «Te amo con todo mi corazón»?

Al recordar el Corazón de Jesús, celebramos el Amor de Dios. La palabra Corazón en la sagrada escritura significa lo más profundo del ser, su interior, la fuente de donde brota el sentimiento, la voluntad, el pensamiento, la decisión, la bondad, el coraje para enfrentar los problemas de la vida, las características que Pablo nos explica en su himno al amor que encontramos en su primera carta a los Corintos capítulo trece. Esta fuente, salir del yo para poner el tú como lo más importante en la vida, es amor. El Corazón es el signo del amor.

‘Poner el tú por encima del yo’ conlleva una jerarquía de valores que, a la luz de la revelación bíblica, podemos resumir así: El primer tú a quien debemos amar es a Dios. Nos olvidamos con frecuencia de que «el primero y más importante de los mandamientos es amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser» (Mt 22,3440). El segundo, como signo visible del primero, es el amor al esposo o a la esposa: «dejará el hombre a su padre y su madre y se unirá a su mujer y ya no serán dos, sino una sola carne» (Mt 19,5), amor que se extiende a los hijos que no pueden ser reemplazo del amor entre los cónyuges. El tercero es lo que nos recuerda el cuarto de los mandamientos con las palabras «honra a tu padre y a tu madre» (Dt 4,14). El siguiente, el tú de los hermanos, parientes, amigos; seguro que recuerdas estas palabras de Jesús: «amaos los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 13,34). Y, por último, el que con frecuencia es el más difícil y que demuestra la autenticidad del amor: Amar a los enemigos ya que «si amáis a los que os aman ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen lo mismo los que no creen en Dios?» (Mt 5,46). Amar a los enemigos, hacer el bien a quienes nos hacen el mal, bendecir a quienes nos maldicen, son expresiones de Jesús que Lucas recoge en su Evangelio (Lc 6, 2735).

Si como cristiano eres una persona que «ha conocido el amor que Dios te tiene y has creído en él» (IJn 4,16), vale la pena dedicar un tiempo a reflexionar cómo respondes tú al amor de Dios en tu vida concreta, con qué intensidad vives estos valores y recordar que al final seremos juzgados en el amor.

Dios es amor, Jesús es la manifestación humana del amor de Dios y si la dicha de Dios es, según el profeta Jeremías, «vivir con los hijos de los hombres», tú, con tu vida, debes hacer presente el Amor de Dios en el aquí y ahora para lograr una nueva civilización, la ‘civilización del amor’. El Corazón de Jesús es el signo que nos estimula a vivir respondiendo al Amor de Dios ya que, según decían nuestros abuelos, «amor con amor se paga».

 

 

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