Dios se manifiesta

Por: P. José María Álvarez, msc

Son muchos los creyentes que echan de menos en su vida una manifestación de Dios, un acto o gesto de presencia que les confirme en la fe y les aliente para seguir creciendo en ella. Como también hay no creyentes que pueden descubrir o caer en la cuenta de que procedemos de Alguien que es nuestro Origen, la razón de nuestro existir y el Destino al que estamos orientados. Unos y otros, es decir, cualquiera de nosotros, estamos en lista de espera -si es que aún no lo hemos experimentado- para disfrutar de ese encuentro con Dios que es único y particular.

Para favorecer este encuentro, me viene a la memoria lo que le pasó a Moisés cuando no era más que un pastor que cuidaba el ganado de su suegro, habiendo sido antes personaje importante en Egipto y luego fugitivo debido a un conflicto que le hizo perder sus privilegios. Viene en el libro del Éxodo, en su capítulo tres, en donde se narra cómo Moisés resultó atraído por un fenómeno curioso: una zarza que ardía sin llegar a consumirse. Intrigado, se acercó al arbusto y en él se le manifestó quien se presentó como ‘el Dios de sus antepasados’, explicándole que le necesitaba para la importantísima misión de liberar a su pueblo cautivo en Egipto.

Hay aquí tema más que suficiente para hablar de muchas cosas, empezando por esa encomienda de liberación y todo lo que supondría para el pueblo judío, pero me quiero detener exclusivamente en las peculiaridades de esa manifestación divina, que nos ofrece detalles muy interesantes que conviene entender. Por ejemplo, el del fuego, elemento que en la Biblia sirve para describir de manera especial la naturaleza divina y una de sus formas de presencia. Fuego que purifica e ilumina, además de dar calor, romper la oscuridad y señalar el camino, como podemos observar en diferentes pasajes bíblicos.

Y otro detalle muy interesante es el de marcar lo que sería un ‘espacio sagrado’, ése en el que se manifiesta Dios, que requiere una determinada actitud del destinatario de esa presencia: «Descálzate, porque el terreno que pisas es sagrado», le dice Dios a Moisés (Ex 3,5). Y resulta que ese lugar, antes ordinario y desértico, ahora es especial porque lo ha enriquecido Dios con su presencia; y acceder a él supone tener que despojarse de todo lo que pudiera contaminarlo. Para que comprendamos que acceder al ámbito divino nos obliga a despojarnos de lo que llevamos con nosotros y nos mancha o lastra. Lógicamente, Moisés le pregunta a Dios cómo ha de llamarlo, cuál es su nombre, porque entiende que a quienes va a dirigirse se lo preguntarán. Y aquí la explicación que Dios le da, «Yo soy el que es» (Ex 3,14), nos invita a hacer una profunda reflexión. Porque necesitamos comprender que Dios ‘es’, que es una realidad existencial que podemos apreciar, pero no ‘controlar’, ya que los creyentes de entonces suponían que conocer el nombre de un dios equivalía a poder controlarlo de alguna manera, ya que delimitaba sus capacidades. Pero quien se manifiesta a Moisés le deja claro que no se le puede conocer y abarcar en su grandeza y menos aún manipular. Dejando así abierta la puerta para que podamos reflexionar si queremos sobre todo aquello que nos propone el ‘ser’, la existencia misma en su esencia. Si la presencia de Dios puede intimidar, aún más lo hará la encomienda que puede proponer. Y a Moisés se le ha dicho que vuelva a Egipto, de donde huyó, y se enfrente al poderoso Faraón para que deje salir al pueblo cautivo. Por eso, es comprensible que Moisés se muestre reticente y exprese sus miedos, intentando rechazar la propuesta, arguyendo su torpeza en el hablar y su falta de recursos de autoridad. Lo que Dios suplirá recordándole que Él hablará por su boca y que además contará con la mediación de su hermano, Aarón, y del cayado que porta y con el que podrá incluso obrar prodigios (Ex 4,1-16).

De este relato, como dije, podemos sacar muchas conclusiones, pero a tenor de lo dicho al principio, lo de que cualquiera de nosotros y en cualquier momento podemos experimentar esta manifestación divina, conviene que nos quedemos con estas reflexiones: Dios se nos puede dar a conocer en cualquier momento, sin que importen nuestros merecimientos ni capacidades; captará nuestra atención con acontecimientos que nos suscitarán la reflexión; nos invitará a despojarnos de lo que nos ‘contamina’ y ata a rutinas; se nos mostrará no como ‘algo’ manipulable sino como una realidad que se amolda a nuestra existencia porque la fundamenta; y, por supuesto, nos transmitirá que cuenta con nosotros para que hagamos algo que beneficiará a muchos. Y si esto sucede… conviene estar atentos a esa manifestación divina.

Foto: www.freepik.com

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