Vocación al servicio
Ministerio del Diaconado.
El diácono es una figura que vemos generalmente en el altar y asociamos como ayudante del sacerdote. Es una visión pobre y muy antigua que, afortunadamente, difiere de la realidad. Los diáconos cumplen una función propia de servicio a la comunidad, como nos explica Mn. Salvador Bacardit, rector del Seminario Conciliar de Barcelona.
Por: Mn. Salvador Bacardit

Desde los inicios del cristianismo, en las primeras comunidades cristianas, algunos de sus miembros ejercían el diaconado como la mejor forma de cumplir la misión de servir a los hermanos, especialmente a los más necesitados.
Las raíces. La vocación al servicio se fundamenta en la actitud del propio maestro, Jesús de Nazaret, que no vino «a ser servido, sino a servir» (Mt 20,28), como Él mismo nos dijo.
Todos sus seguidores pues, si queremos ser fieles a sus enseñanzas, debemos hacernos servidores de los demás y no desear que nos sirvan, puesto que «el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor» (Mt 20,26). Pero los diáconos cumplen este encargo de una forma más específica.
Camino o fin. A lo largo de la historia de la Iglesia, el diaconado ha quedado constituido como primer grado del sacramento del Orden. Los dos grados siguientes son el sacerdocio y el episcopado. El sacramento del Orden imprime carácter, es decir, se mantiene hasta la muerte.
Los seminaristas que se preparan para el sacerdocio diocesano o los candidatos al Orden sacerdotal en congregaciones religiosas, cuando son ordenados diáconos lo hacen de una forma transitoria, es decir, como paso previo al sacerdocio. No obstante, en este paso, entre otras cosas, se comprometen ya al celibato, como expresión de su consagración plena al servicio de la Iglesia y de los más pobres.
Mucho que hacer. Los que reciben el diaconado de una forma permanente son aquellos laicos, en muchos casos profesionales y padres de familia, que se comprometen a servir a la Iglesia realizando distintas actividades en los diversos campos de la pastoral, como la proclamación del Evangelio o la predicación, catequesis, acción caritativa, administración de los sacramentos del bautismo o matrimonio, pastoral de la salud, celebraciones litúrgicas de la Palabra y responsos o despedidas de difuntos. También a algunos se les confían responsabilidades diocesanas, como coordinadores de delegaciones o secretariados.
En los oficios litúrgicos, los diáconos usan la dalmática, como ornamento propio, y la estola cruzada. A diferencia de los sacerdotes que usan la casulla y la estola normal.
Servir. El diaconado, transitorio o permanente, como toda vocación, es un don de Dios al servicio de la Iglesia y, como todo don, debe ser acogido y desarrollado, no como simples ayudantes de los sacerdotes, sino como un ministerio propio de servicio al estilo de Jesús.
Un poco de historia
El diaconado tiene sus orígenes en los primeros momentos del naciente cristianismo y de la Iglesia. En los Hechos de los Apóstoles se relata la elección de siete hombres para el servicio de las mesas y la atención a los necesitados: así nació el ministerio diaconal. En los siglos I y II, los diáconos aparecen junto a obispos y presbíteros como colaboradores esenciales, especialmente en la caridad y la liturgia. San Ignacio de Antioquía dice de ellos que son imagen viva de Cristo servidor. Durante los siglos III al V, el diaconado tuvo gran relevancia. Algunos diáconos ocuparon cargos de gobierno e incluso llegaron a ser papas. El primero de ellos fue San León I el Magno, en el siglo V. San Lorenzo (225-258) es el patrono de los diáconos. Fue diácono en la Iglesia primitiva de Roma, uno de los siete diáconos de la ciudad, un cargo de mucha responsabilidad puesto que administraba los bienes de la Iglesia. Se encargaba también de cuidar de los pobres y los necesitados. Cuando el emperador Valeriano ordenó que se entregaran todas las riquezas de la Iglesia, san Lorenzo decidió dárselas a los pobres y enfermos. Por desobedecer este mandato, fue martirizado.
Poco a poco, el diaconado fue cayendo en desuso y se convirtió simplemente en la etapa previa al sacerdocio. En la Edad Media, prácticamente desapareció. En el Concilio de Trento se puso en valor, pero no llegó a restaurarse. El Concilio Vaticano II recuperó el diaconado permanente dándole, de nuevo, el valor de grado propio del Orden, otorgándole el servicio de la Palabra, la liturgia y la caridad. Hombres casados y célibes pueden recibir la ordenación.
Hoy, muchos diáconos permanentes sirven en comunidades por todo el mundo. Realizan una función de entrega y servicio que muestra la verdadera función de la Iglesia.












