La virtud del silencio

P. Isaac Riera, msc

Hablar del silencio como una virtud moral puede parecer extraño, pero no lo es en absoluto. Desde la más lejana antigüedad, grandes pensadores, como Catón, nos dicen: “La primera virtud es frenar la lengua”. Y en la Sagrada Escritura leemos: «Si alguno cree ser religioso y no refrena su lengua, se engaña, porque su religión es vana» (St 1,26).

La charlatanería es, sin duda, uno de los vicios más extendidos del mundo y se puede definir como la perversión del noble oficio de la palabra. En efecto, si la palabra tiene como fin la comunicación y el diálogo con las otras personas, la charlatanería, por el contrario, es fuente continua de imprudencias, de litigios, de superficialidades y de ofensas. “Si callas -dice Goethe- el silencio te ayudará”. Siempre necesitamos ayuda para alcanzar nuestro bien, pero no debemos buscarla fuera, sino dentro de nosotros mismos oyendo la dulce voz del silencio, controlando nuestra lengua y el bullicio de nuestra imaginación. Y el silencio ha de aplicarse a las tres dimensiones de nuestra persona: hacia uno mismo, hacia los otros y hacia Dios.

El silencio hacia uno mismo.

  • Es la condición necesaria para la reflexión profunda sobre las cosas. Los ruidos, la charlatanería, el bullicio nos impiden reflexionar sobre lo más importante haciéndonos vivir en la superficialidad.
  • Saber escuchar es mejor que hablar. “La naturaleza nos ha dado dos oídos y una sola boca, para enseñarnos que vale más oír que hablar” (Zenón de Elea). Sabia sentencia a tener en cuenta, porque nos cuesta mucho escuchar a nuestro prójimo para entender bien lo que dice.
  • El silencio es la retirada del mundo, una de cuyas características es el ruido, que se produce tanto fuera como dentro de nosotros mismos. Y hoy tenemos el ruido mundano en nuestro mismo hogar a través de las redes sociales.
  • El silencio nos aleja del hervidero de las pasiones humanas, que se produce especialmente a través del veneno de las palabras. Los odios, los insultos, las agresiones, las mentiras utilizan siempre este medio.
  • El silencio nos proporciona la paz interior que tanto necesitamos, porque es la verdadera paz. Por eso, las personas de alma religiosa buscan periódicamente la soledad y el retiro para su bien espiritual.
  • Y el silencio nos hace llegar a la raíz de las palabras, que salen de nuestros labios con densidad de contenido y de sentimiento. No se trata de hablar bien, sino de comunicar al otro lo que siente nuestro corazón.

El silencio hacia los otros.

El silencio procura evitar las discusiones con nuestro prójimo para solucionar los problemas, a sabiendas de que muy rara vez se consigue la luz cuando discutimos; al contrario, es la verdad la que sucumbe en los enfrentamientos.

  • El silencio no responde con insultos a los insultos de nuestro prójimo, pues esta reacción nos pone a su mismo nivel: el silencio caritativo es muy importante, pues la caridad cristiana se demuestra también en el buen uso de la palabra.
  • El silencio nos hace reprimir la ira cuando nos sentimos ofendidos, pues causan más daño las palabras que decimos ofuscados por la pasión, que la misma ofensa recibida; así se cumple lo que pedimos en el Padrenuestro.
  • El silencio es la virtud de la paciencia cristiana, que consiste en llevar nuestra Cruz a semejanza de Cristo. Es cierto que nuestros sufrimientos tienen diversas fuentes, pero la mayoría de ellos nos vienen por las malas palabras de nuestro prójimo.
  • El silencio caritativo es una actitud fundamental en la buena convivencia. Consiste en no comentar ni criticar los defectos que vemos en los que componen una comunidad, sino callarnos para no fomentar el gran mal que causa la lengua.
  • El silencio nos evita comunicar nuestros secretos, ni siquiera a los amigos, pues como dice una sabia sentencia: “Cada uno es dueño de lo que se calla, pero esclavo de lo que dice”. Es un importante ejercicio de prudencia.
  • El silencio nos hace ser amables en el trato con nuestro prójimo, reprimiendo las palabras que tienden a salir de nuestro malhumor. Como dice la Sagrada Escritura, “en el mucho hablar no faltará pecado” (Prov. XI, 10).

El silencio hacia Dios.

  • Dios nunca nos habla cuando estamos sumergidos en el ruido o la agitación, sino que su voz la escuchamos en el silencio exterior e interior. Dice el Señor: “Te llevaré a la soledad y el silencio, y allí hablaré a tu corazón” (Sab 5,10).
  • Como dice S. Agustín, “Dios es más íntimo que nuestra propia intimidad”. Él está, no fuera, sino dentro de nosotros mismos, en lo más profundo de nuestro ser. Y es en el silencio donde se abre nuestra intimidad para descubrir a Dios.
  • El silencio es el ámbito de nuestra oración personal, más necesaria que la oración colectiva. Todas las almas santas, sin excepción, han logrado su transformación interior pasando muchas horas en silencio ante el Sagrario; es aquí donde hablan al Señor y el Señor les habla.
  • Y, en fin, cuando confesamos nuestros pecados en voz alta, decimos a Dios: “He pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión”. Los pecados de la lengua van antes que los pecados de las malas acciones y omisiones.

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