Octubre: Unidos a Cristo y los hermanos

17 de octubre:  San Ignacio de Antioquía

Por: Hno. Gianluca Pitzolu, msc. @gianluca_pitzolumsc

Ningún padre de la Iglesia ha expresado con la intensidad de Ignacio de Antioquía el anhelo de unión con Cristo y de vida en Él. Así, ruega a los cristianos de Roma que no impidan su martirio, porque está impaciente por «unirse a Cristo»: «Me conviene más morir yendo a Cristo, que reinar hasta los confines de la tierra. Le busco a Él, que murió por mí, le quiero a Él, que resucitó por nosotros… ¡Que yo sea imitador de la Pasión de mi Dios!». Ignacio fue el segundo obispo de Antioquía después de Pedro. Por su testimonio de Cristo, Ignacio fue enviado a Roma, donde cumpliría su deseo de morir mártir. Mientras viajaba por Asia, bajo la estricta vigilancia de los guardias, en cada una de las ciudades donde se detenía, con sermones y admoniciones, fortalecía a las Iglesias, que entonces empezaban a surgir, y recomendaba no romper con la tradición apostólica. Cuando llegó a la capital del Imperio, en el Anfiteatro Flavio, lo dieron como alimento a las fieras.

En sus cartas a las iglesias, con las que se reunía de vez en cuando, en este itinerario que le llevó a la muerte, emerge sobre todo la llamada a la unidad, a la concordia; ésta es su insistente exhortación. Deseaba que hubiera unidad en el seno de cada una de las Iglesias. Escribiendo al obispo de Esmirna, Policarpo, también destinado al martirio, le confiesa: «Ofrezco mi vida por los que están sometidos al obispo, a los presbíteros y a los diáconos. Que con ellos tengan parte con Dios. Trabajen juntos unos con otros, luchen juntos, corran juntos, sufran juntos, duerman y velen juntos como administradores de Dios, sus consejeros y servidores».

Ignacio, al buscar esta unidad, quiere enseñarnos que es el secreto de todo, de la paz, de la concordia. Quien está unido al Redentor encuentra la fuerza para superar todas las dificultades que le separan de sus hermanos y logra practicar la auténtica caridad. Y esto no es una convicción ilusoria, sino algo verdaderamente posible en virtud de la gracia de la Eucaristía. La Eucaristía “hace” a la Iglesia, en el sentido de que manifiesta y realiza su unidad. No por casualidad se la llama también «comunión». Esta fue la experiencia muy fuerte en los orígenes: la comunidad cristiana se sentía nacer en torno a la Eucaristía; la Palabra los había convocado, pero era la “fracción del pan” lo que los alimentaba, y lo que hacía de ellos un «solo corazón y una sola alma» (At 4,32).

Quien, en la comunión, finge ser todo fervor por Jesús, después de haber ofendido a su mujer o a su marido en casa sin disculparse, o sin estar decidido a pedirle perdón, o ha mantenido durante mucho tiempo una grave enemistad con quienes cree que le han hecho mal, es un cristiano hipócrita, que abusa del sacramento, cuando no comete un verdadero sacrilegio.

Una historia cuenta que dos hermanos, uno joven y casado y otro mayor y soltero, poseían la misma tierray decidieron trabajarla juntos y dividir la cosecha por la mitad. Al llegar el tiempo de la cosecha, el hermano soltero pensó: «no está bien que me quede con la mitad de la cosecha, ya que mi hermano tiene mujer e hijos» y por la noche volvió al campo y trasladó algunas de sus gavillas al montón de su hermano. Pero el hermano también se había dicho en su corazón: «no está bien que me quede con la mitad del grano, ya que mi hermano está solo, debe ahorrar para cuando sea viejo, al no tener hijos que piensen en él», y cogió algunas gavillas de su cosecha y las puso en el montón de su hermano. A la mañana siguiente, los dos hermanos vieron con asombro que los montones de gavillas eran perfectamente iguales, pero ninguno dijo nada. A la noche siguiente repitieron la misma escena. Por la mañana lo encontraron todo como lo habían dejado. La tercera noche se encontraron mientras trasladaban las gavillas de un lado a otro. Comprendieron y se sintieron movidos a abrazarse. Dios vio todo esto y bendijo a los dos hermanos. Mucho tiempo después, Dios decidió construir Jerusalén, la ciudad santa, en aquel mismo campo.

Dios, todavía hoy, para construir su Iglesia, donde se celebra la Eucaristía, busca hermanos que se encuentren en el terreno que lleva a la comunión. El pan que los une y da vida, lo pone él como siempre.

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