El tumulto y la razón

Por: Jaime Ybarra

La extrañeza había cundido entre los que veían la televisión del bar. Se veía a una muchedumbre de gente vociferante y con gesto poco amistoso, que intentaban detener de manera violenta una carrera ciclista. Decían que lo hacían por una causa justa. Pero la sorpresa no acababa ahí. Era tal la fuerza de la imagen, aunque esta fuera emitida en la pantalla de un televisor, que prendió la mecha para que se iniciase una discusión sobre si eso que estaba ocurriendo, estaba bien o era reprochable. Unos aducían que la causa lo merecía. Otros alegaban que este comportamiento suponía un peligro para los ciclistas. Los argumentos, a favor o en contra, se multiplicaban sin dejar opción a un acuerdo. Santi, hombre siempre tranquilo, contemplaba con una cierta sonrisa lo que ocurría a su alrededor. En un momento en que la pacificación de los ánimos daba una tregua, tomó la palabra. “Cuando un ideal se convierte en desorden, la razón brilla por su ausencia”, dijo. Viendo las caras de desconcierto que causaban sus palabras, explicó que las había tomado de un pensador de principios del siglo XX, asustado por las grandes algarabías que se producían en aquellas concentraciones de masas que atraían los incipientes ideales, tanto marxistas como fascistas.

Y, continuó. “Sin embargo, seguimos optando por el tumulto para imponer nuestro ideal, sin pensar que, en ese momento, nuestra razón se ha ido por el desagüe del bullicio”.

Pocos días después, estaba Santi reflexionando sobre esa talla de Jesús crucificado que tenía delante. ¿Qué habría motivado al escultor que la talló, para presentarlo ante nuestros ojos de esa manera? Era un cuerpo humano esculpido en madera pulimentada, donde las vetas quedaban a la vista. Ni un solo rasgo de policromía. La figura del crucificado daba sensación de paz, de serenidad. No estaba coronado de espinas. Su costado derecho no presentaba ninguna lanzada. No se mostraba ningún estigma del castigo corporal recibido. Su rostro no era el de un hombre al borde de la muerte. Su mirada mostraba amor hacia quien quisiera mirarle. Solamente dos clavos atravesaban sus manos y un tercero sus pies. Clavos necesarios para sujetarlo a la cruz. Una cruz conformada por dos ligeros largueros, para que ni su presencia distrajeran la majestuosidad de la imagen. Y, de repente, Santi pareció entender recordando sus propias palabras, “optaron por el tumulto para imponer su criterio, aunque la razón se ausentara”.

“¡Crucifícalo, crucifícalo!”, gritó el tumulto y la razón se lavó las manos, ausentándose. La barbaridad del tumulto se cumplió, pero, esta vez, la razón ausentada nos devolvió a la Verdad eterna.

El imaginero nos devuelve su versión de aquello. A Cristo le despoja de todo con lo que la barbarie tumultuosa le ofendió, corona de espinas, flagelación, lanzada en el costado…, para ofrecernos su figura venciendo a la sinrazón. Cristo triunfante en su crucifixión.

Cristo nos reescribe el pensamiento de aquel asustado testigo de los acontecimientos tumultuarios de principio del siglo XX. ¡Ni el mayor de los tumultos podrá apagar la Verdad!

 

Foto: www.freepik.com

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