La oración, vivencia suprema del espíritu
El ser humano tiene múltiples vivencias de alegría por acontecimientos de carácter socio-político principalmente, pero sólo en su encuentro íntimo con Dios, el Amor Absoluto y Eterno, alcanza la vivencia esencial y suprema.
P. Isaac Riera, msc
Es la oración, en sus distintas modalidades, esa vivencia suprema del espíritu. Ahora bien, el encuentro íntimo con Dios no se realiza en cualquier clase de oración, sino únicamente en la oración que surge de lo más profundo de nuestro ser y en la que nos dirigimos a Él como el Tú y la Persona que necesita nuestro corazón. Como dice el Salmo (27,8), buscamos el rostro del Señor para desahogar nuestras tristezas y sufrimientos en situaciones de crisis existencial. Las preocupaciones de la vida y las superficialidades desaparecen para dejar nuestra alma al desnudo. Y el ejemplo lo vemos en las personas que entran en la iglesia y se ponen de rodillas ante el Sagrario para sentir el consuelo y la paz inefables de lo divino.
Sentimos a Dios de varias maneras y por eso hay varias clases de oración, todas ellas importantes.
Oración de petición. Es la más importante de todas. Pedimos a Dios en nuestras necesidades, pedimos su perdón, pedimos por otras personas, pedimos en nuestros sufrimientos, pedimos por nuestra salvación. Cuando sentimos a Dios como nuestro Padre, es natural que acudamos a Él como hacen los hijos con sus padres. De ahí que la oración del Padrenuestro, enseñada por el mismo Jesucristo, sea la oración perfecta porque abarca todas las necesidades. El buen cristiano ha de tener cuidado de no rezar esta oración distraídamente o por rutina.
Oración de intercesión. Esta oración nos asemeja al supremo intercesor, Jesucristo, en su misterio sacerdotal. Él es el único intercesor ante el Padre en favor de todos los hombres, de los pecadores en particular (Cf. Rm 8, 34; 1 Jn 2, 1). El mismo Espíritu Santo, que vive en nuestra alma como en su templo, ‘intercede por nosotros’ (Cf. Rm 8,2627). La intercesión cristiana es la expresión de la comunión de los santos, no busca el propio interés, sino el de los demás y no tiene límites ni fronteras, porque se extiende a todas las personas, incluso a las que rechazan el Evangelio.
Oración de acción de gracias. La acción de gracias caracteriza la oración de la Iglesia, ya que es el significado etimológico de la Eucaristía. La acción de gracias de los miembros del Cuerpo participa de la de su Cabeza. Al igual que en la oración de petición, todo acontecimiento y toda necesidad pueden convertirse en ofrenda de acción de gracias. Las cartas de San Pablo comienzan y terminan frecuentemente con una acción de gracias, y el Señor Jesús siempre está presente en ellas. “Sed perseverantes en la oración, velando en ella con acción de gracias” (Col. 4,2).
Jesús nos enseña la necesidad de orar sin cesar, de dar gracias al Padre, de alabarle por su omnipotencia, de recogernos en su presencia.
Oración de alabanza. La alabanza es la forma de orar que reconoce de la manera más directa que Dios es Dios. Eleva nuestro corazón a Aquel que es fuente y término de todo “el Padre, del cual proceden todas las cosas y por el cual somos nosotros” (1 Co 8,6). San Lucas menciona con frecuencia en su evangelio la admiración y la alabanza ante las maravillas de Cristo y las subraya también respecto a las acciones del Espíritu Santo que son los Hechos de los Apóstoles, su segundo libro. Y, en fin, la alabanza a Dios es el contenido fundamental de los Salmos, recitados diariamente por el pueblo de Israel y la Iglesia cristiana.
Oración de contemplación. ¿Qué es oración? Santa Teresa responde: “No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino trato de amistad, estando muchas veces a solas con Quien sabemos nos ama” (Vida, 8). En la oración de contemplación la mirada del cristiano está centrada únicamente en el Señor. La contemplación es recogimiento de nuestra mente y de nuestro corazón en Él; es comunión íntima con el Amor divino; es escucha atenta de la Palabra de Dios que nos habla desde nuestro interior; es silencio o “amor silencioso” (San Juan de la Cruz), en el que el Padre nos hace conocer a su Verbo Encarnado.
Jesucristo, modelo supremo de nuestra oración. Todo cuanto se dice sobre la oración del cristiano lo hallamos en Él, tanto en su enseñanza como en sus actos a lo largo y ancho del Evangelio. Jesús nos enseña la necesidad de orar sin cesar, de dar gracias al Padre, de alabarle por su omnipotencia, de recogernos en su presencia. Pero también es el supremo modelo en sus acciones, pues el Señor es el supremo intercesor de la humanidad ejerciendo su Misterio Sacerdotal, es el que da continuamente gracias al Padre por sus beneficios, es el que le alaba porque su Amor se centra sobre todo en los pequeños y humildes, es el que se une íntimamente al Padre retirándose al desierto para estar únicamente con Él. En definitiva, como se nos dice en la carta a los Hebreos: “Jesucristo es capaz de salvar perfectamente a los que por Él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor” (He 7,25).