Una bomba de Amor
«Y sucedió que, estando Él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: «Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos». (Lc 11,1-4)
Javier Trapero @trapiscolaviski
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El P. Jaime sabe que me gusta leer los artículos de opinión. Son fantásticos para repensar las propias ideas. Se aprende mucho escuchando o leyendo lo que opinan otras personas. De hecho, es una de las cinco claves del pensamiento creativo. En esta ocasión, me pasa un artículo de Alba Muñoz publicado en El Mundo. Ante la visión de la barbarie que se está cometiendo en la Franja de Gaza, las imágenes impactantes de personas cubiertas por el polvo y la sangre, propia o ajena, tras una de tantas explosiones producida por una de tantas bombas, ella misma describe cómo cae de rodillas, entrecruza los dedos de sus manos, se las lleva a la cabeza y comienza a rezar. «Ni siquiera estoy bautizada»… Esa oración, literalmente, ‘le salió del alma’. Esto le hizo cuestionarse, qué es lo que lleva a una persona a sentir el impulso de rezar. Curiosamente, desde ese día, dice que «de pronto, ya no necesitaba romper cosas, salir a la calle, cambiar algo por la fuerza, porque el daño, demasiado, ya estaba hecho». Sí, curiosamente, la oración había calmado su ira, su rabia… Por eso, ahora le preocupa que rezar lleve a la desmovilización, la desesperanza o la pasividad. El P. Jaime y yo seguimos comentando el escrito y surge la lectura de Marta y María (Lc 10,38-42). Marta se afana en hacer muchas cosas y María, en cambio, se coloca junto a Jesús. «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada».
De qué sirve enfadarse, tener rabia, montar en cólera… si no ponemos más presencia de Dios en la vida. Yo creo que la periodista dejó de sentir la necesidad de romper cosas, porque ‘lo tenía rezado’. Lo había puesto en presencia del Señor. Por mi experiencia, las situaciones difíciles, las más complicadas y las que más rabia dan, si las rezo, las afronto con más sosiego e ideas más claras.
Lo que a Alba Muñoz le pasó con las imágenes de Gaza, me pasó a mí también con las de este verano en Torre Pacheco. ¿Tenía algún sentido lo que estaba pasando? Ninguno, se mirase, por donde se mirase. Seguro que antes de hacerlo, ni quien lo inició, ni quien lo alentó, lo había rezado.
Al final del artículo, la periodista sugiere que no vale sólo una oración individual que calma, que es necesario unir otras, «como en una iglesia», «que rezar juntos tiene sentido», «nos descubre que no estamos solos». Ese es nuestro activismo (ver pág. 16). Digo yo, que las macroguerras, los conflictos locales o las riñas particulares, sería más difícil que surgieran si las rezásemos antes, con oraciones espontáneas conversando con Dios, o con oraciones aprendidas (Lc 11,14), ya que «también nosotros perdonamos a todo el que nos debe».