Él nos amó… con corazón humano
Recordando a Francisco y siendo el mes del Sagrado Corazón, te proponemos una reflexión sobre su cuarta y última encíclica, ‘Dilexit nos’ y su relación con la Espiritualidad del Corazón de nuestro carisma MSC.
Por: P. Chema Álvarez, msc.
Con ‘Delexit nos’, Francisco prolonga su propuesta de amor a la tierra y la vida, ya expresada en las encíclicas ‘Laudato sí’ y ‘Fratelli tutti’. Esta nueva encíclica es una completísima explicación del amor humano y divino que Dios nos manifiesta, que definimos como ‘Sagrado Corazón de Jesús’, algo que para nosotros, miembros de una Congregación encomendada a esa advocación, resulta un acontecimiento que no podemos dejar de celebrar y reseñar.
Dios ama con corazón humano. Tal y como el Papa propone, podemos subrayar que al hablar del Sagrado Corazón de Jesús no estamos tratando de una devoción más, menos aún, de algo desfasado, propio de otros tiempos. Sí que se dio -hace un par de siglos- una especial eclosión de este título, adoptado por muchos creyentes que querían vivir su fe o su especial consagración al amparo de esta definición, cuya evolución describe muy bien la encíclica. Pero también ésta nos recuerda los orígenes bíblicos de la misma y las interpretaciones teológicas profundas que tiene, más el desarrollo místico que ha tenido en santos volcados en ella y en el magisterio de la Iglesia, que no ha dejado de proponerla como una corriente de vida interior y acción exterior. Así pues, la tarea de actualizar el término Corazón de Jesús nos remite a la esencia del Evangelio y de la Revelación misma. Porque nos descubre el centro mismo de Dios, que es Amor, y que para poderlo conocer y experimentar se requiere amar y hacerlo en la misma sintonía con que Dios nos ama en Jesucristo.
Recuperar el sentido auténtico de lo que supone que Dios nos ame con un corazón humano y divino a la vez, es responder a las necesidades de una Humanidad tan necesitada como aquellos a los que Jesús veía extraviados ‘como ovejas sin pastor’.
La relación con su Madre. Actualizar esta advocación supone dar el salto a la espiritualidad, como hiciera el fundador de los Misioneros del Sagrado Corazón, el P. Julio Chevalier, que preocupado por responder a las necesidades físicas y materiales de la sociedad del siglo XIX, propuso a la Madre del Señor como modelo a imitar. No habló de una devoción al corazón de María, sino que explicó el vínculo tan especial que se dio entre Madre e Hijo, desde su concepción hasta su muerte y resurrección. Vínculo que les unió tanto física como espiritualmente, en el corazón, la mente y la acción; haciendo de María, además de la Madre y Maestra de su Hijo, su primera discípula. Para ello invitó a contemplar a María como ‘Nuestra Señora del Sagrado Corazón’, detentadora y modelo de relación con ese Amor de Dios, expresado en una imagen en la que sólo aparece el Corazón de Jesús ya que en él está recogido también el de María. Y con una gestualidad, por parte del niño, que anima a quien mira la imagen a sentirse invitado a reproducir en su vida eso mismo: fundirse en una comunión de amor y de misión. Del amor que Dios derrama sobre nosotros y que a nuestra vez hemos de llevar a los demás en la misión evangelizadora que nos encomendó el Señor. Misión de servicio, de sanación, de reparación y sacrificio universales, en beneficio siempre de esa Humanidad doliente y necesitada, que el P. Chevalier realizó de la mano de Nuestra Señora y mediante varias congregaciones religiosas y movimientos laicales. Hoy podemos seguir descubriendo y contagiando no una devoción más sino la Espiritualidad del Corazón, una relación de amor y servicio en bien de todos los que la necesitan, sean víctimas de la pobreza, la marginación o el odio, alimentándolos del Corazón de Dios.
Tras los pasos del Padre Chevalier. Siguiendo a nuestro fundador, los Misioneros del Sagrado Corazón queremos vivir la espiritualidad que surge de un pasaje muy concreto del Evangelio. Aquel en el que san Juan describe cómo del corazón traspasado de Nuestro Señor, allá en la cruz, brotaron sangre y agua (Jn 19,3137). Al P. Chevalier le motivaba mucho esta imagen de Jesucristo, que aun después de muerto sigue dándose a quienes lo martirizan. No hay en Jesús ninguna respuesta de queja ni de venganza, como tampoco la hubo en vida cuando recibió afrentas y sí una donación de sí mismo que se prolongará por los siglos. Para los judíos de aquellos tiempos, la sangre era el receptorio de la vida y el agua el alimento indispensable para mantenerla. Una hermosa metáfora para comprender que en ese detalle que subraya el evangelista hay mucho más que la simple constatación de que estaba muerto.
El P. Chevalier así lo comprendió y nos invitó a sus hijos a caer también en la cuenta del mismo. Por eso, nos centramos en ese pasaje y lo trascendemos para alcanzar una espiritualidad que, a su vez, transciende la simple religión. Porque las personas pueden atarse a una fe que no es sino cumplimiento de normas y preceptos que obligan a poco y comprometen a casi nada. Pero la palabra y el testimonio de Nuestro Señor nos quieren llevar a un nivel que está muy por encima de ese mero cumplimiento. Concretamente, al de fundirnos con Jesucristo en un abrazo de intimidad, de servicio, de compromiso vital y de amor con el Padre Dios (Jn 17,1126).
Seguramente, así lo sintieron su madre María y su discípulo Juan, testigos ambos del acontecimiento y comprometidos a llevar el fruto de esa contemplación a todos los demás seguidores del Señor, que, al verlo resucitado, terminaron de entender que no tenían que predicar sólo unas palabras oídas sino un testimonio ofrecido hasta el último aliento, de acuerdo con el propósito manifiesto de Jesús de servir y dar la vida. Y ahí es donde brota el ideal MSC de servicio, de entrega y de amor que trasciende cualquier realidad.
De la devoción a la espiritualidad. No se trata sólo de ser buenas personas, creyentes cumplidores, observadores fieles de los mandamientos o buscadores de un premio celestial merecido. No. Jesucristo nos ha llegado al corazón y, por eso, buscamos sentir y experimentar lo que fueron su vida y su entrega, más que razonar lo que nos propone. Una tarea reservada a quienes ven más allá del cumplimiento religioso y dan el salto a la dimensión del Corazón, ese Corazón del Señor abierto y entregado para que encontremos en él lo mismo cobijo y consuelo que vida y energía para obrar según el plan de Dios.
Y así, entramos en la esencia de la espiritualidad que se nos propone y que tiene por eje aceptar y poner en práctica la voluntad de Dios. La misma que movió a Jesucristo y que le llevó a volcarse en las necesidades de una Humanidad doliente y oprimida. Y la misma que ha de movernos a nosotros a abandonar el ego de la comodidad y a comprometernos con un estilo de vida similar al de nuestro Maestro. De ahí nació la vocación del P. Chevalier y su deseo de juntar a sacerdotes, religiosos y laicos en una misión compartida que busca, como Jesús, transformar el mundo según el plan de Dios, desde el servicio y la entrega total.
Nuestro momento. Es la Espiritualidad del Corazón, la que nace del Corazón del crucificado y se replica en nosotros que, como María y Juan, somos testigos y queremos llevar a todo el mundo la grandeza de este mensaje. Por eso, la divisa de Chevalier era: ‘Amado sea en todas partes el Sagrado Corazón de Jesús’, o dicho con palabras de hoy: ‘Que todos descubran y compartan el Amor de Dios’. Ésa es nuestra espiritualidad y es también nuestro compromiso con una sociedad necesitada de comprender que Dios la ha amado primero y espera nuestra respuesta (1Jn 4,1019).
‘Rerum novarum’ y el papa León XIV
La elección del nombre de León XIV es toda una declaración de intenciones. En su discurso al Colegio Cardenalicio tras ser elegido papa, explicó que lo escogía por varias razones, «pero la principal es porque el papa León XIII, con la histórica Encíclica ‘Rerum novarum’, afrontó la cuestión social en el contexto de la primera gran revolución industrial y hoy la Iglesia ofrece a todos, su patrimonio de Doctrina Social para responder a otra revolución industrial y a los desarrollos de la Inteligencia Artificial, que comportan nuevos desafíos en la defensa de la dignidad humana, de la justicia y el trabajo».
‘Rerum Novarum’, que fue publicada en 1891, aborda la cuestión social ante los cambios provocados por la Revolución Industrial. Defiende los derechos de los trabajadores, incluyendo un salario justo, condiciones laborales humanas y el derecho a formar sindicatos. Reconoce la propiedad privada como legítima, pero critica los abusos del capitalismo y el socialismo radical. Propone la colaboración entre clases, la intervención del Estado para proteger a los más vulnerables y la centralidad de la familia. La encíclica inaugura la Doctrina Social de la Iglesia, promoviendo justicia, caridad y equilibrio entre capital y trabajo.
La Iglesia, en la actualidad, continúa denunciando las desigualdades y promueve una ‘economía solidaria’ y un compromiso activo con el medio ambiente, mostrando cómo el mensaje de Rerum Novarum sigue siendo profundamente relevante y profético, como demuestra la elección del nombre de León XIV.