Un oasis de felicidad
Por: Cristina, LMSC
Yo suelo ir con cierta frecuencia a una modesta capillita de adoración perpetua. Son lugares que tienen al Santísimo expuesto durante las 24 horas del día, los 365 días del año. Ésta a la que voy yo, como casi todas, tiene la custodia dentro de una urna de cristal. Estar allí es como tener audiencia privada con Quien sabemos que nos ama profunda y desinteresadamente y que nunca nos fallará. Siempre nos está esperando y nos recibe con su mirada llena de amor. Permanecer allí es como estar en el paraíso, descansando en el Señor, dándole gracias por todo lo vivido, presentándole el presente y mirando hacia el futuro, sin miedo y con esperanza. En medio de los ruidos de la gran ciudad y de los agobios de cada día, entrar ahí es como llegar a un oasis donde todo es calma y serenidad. Cuento esto porque algunas veces me quedo embelesada, extasiada, cautivada, seducida, mirando al Señor; casi sin moverme, sólo respirando. Una mañana, estando allí, me vino a la mente esta idea: ‘Lo miro tanto, tanto, que un día me voy a convertir en Él’. Y pensé que de eso se trata, de hacernos como Jesús, de compartir su amor por los hombres, nuestros hermanos, nuestro prójimo, compartir su mirada tierna hacia nosotros, hacia mí misma y hacia los demás, compartir su estilo de vida, su exigencia, a la vez que su naturalidad, su coherencia. Pensemos que sus contemporáneos dijeron extrañados, refiriéndose a Él: “¿No es éste el hijo del carpintero?” (Mt 13,55). Porque se asombraban de su sabiduría y de su manera de hablar con autoridad.
Estos pensamientos me recordaron un cuento que escribí hace tiempo, basándome en uno del escritor argentino Julio Cortázar: “Una persona iba siempre, todos los días, a veces por la mañana y también por la tarde, a un acuario que quedaba cerca de su casa. Miraba y miraba esos peces, los contemplaba ensimismado, fascinado, maravillado. Observaba detenidamente cada uno de sus movimientos en el agua, no podía dejar de mirarlos, se diría que estaba como enamorado de ellos. Bueno, hasta aquí, todo dentro de lo normal; pero un buen día se encontró viendo pasar a la gente que iba al acuario, se sorprendió mucho, porque le parecía que los visitantes lo miraban a él. Sí, con seguridad, lo miraban a él, ¡pero desde el otro lado del vidrio del acuario! Y en ese momento comprendió que él estaba dentro del acuario, feliz y contento, nadando en ese gran espacio de paz, de sosiego, de armonía y de serenidad”.
Con este breve relato quisiera hacer ver nuestra evolución en la vida, en el aspecto espiritual, cómo nos vamos identificando más y más con Jesús hasta llegar a una simbiosis, una unión casi total con Él, hasta convertirnos en Él, hasta llegar a ser como Él. Intento representar y entender así, de una manera gráfica, el largo proceso de nuestra conversión. Si me permitís una sugerencia, los que no lo habéis probado todavía, haced la prueba: permaneced un ratito delante del Señor, en silencio y tratando de escuchar atentamente lo que Él os diga. Os lo recomiendo encarecidamente.
Cada mes, los Laicos MSC, te proponen un tema para hacerte pensar. Puedes enviar tu reflexión a: Avda. Pío XII, 31. 28016 Madrid o correo electrónico: asociacion@misacores.org.