Lo negativo de nuestro mundo moderno

El ser humano es un ‘ser en el mundo’ (M. Heidegger) y, para bien o para mal, esta dimensión es inseparable de toda acción, palabra o deseo. De ahí, la importancia de observar el mundo, para conocer lo que somos. Lo negativo de nuestro mundo es patente. Si Cristo llama al demonio ‘el príncipe de este mundo’ (Jn 12,31), tal afirmación se cumple en nuestro tiempo, con estos principales males:

La manipulación de las mentes. Con el poder omnímodo de los medios de comunicación modernos, ejercer el propio pensamiento es muy difícil. Las pantallas del televisor o los dispositivos móviles nos dicen lo que es bueno o es malo y las mentes ya no son activas, sino meras receptoras. Ya no pensamos, otros piensan por nosotros.

La politización de los criterios. En nuestro mundo, se valoran las ideas y las conductas, no objetivamente, sino calificándolas políticamente. El adjetivo ‘reaccionario’ o ‘fascista’ resuena continuamente en los medios y asistimos a la gran perversión de subordinar las personas a los intereses políticos. La política ha de estar al servicio de la ciudadanía, pero hoy cierta clase de políticos ejercen su oficio únicamente al servicio de su partido.

Los genocidios silenciados. Nuestro mundo dice defender la vida, todas las vidas, pero en el último siglo y medio se han cometido más genocidios que en toda la historia humana. Las dos guerras mundiales y la revolución comunista causaron la muerte de cuatrocientos setenta millones de personas y, por otra parte, el derecho al aborto está provocando en nuestro tiempo el asesinato anual de infinidad de niños en el seno de sus madres.

Las prisas de los trabajos. El deseo de ser felices a toda costa contrasta con la gran alienación de la gente en la sociedad moderna, convertida en máquinas productivas. No hay tiempo para contemplar, para tener sosiego, para buscar los bienes del espíritu. No trabajamos para vivir, sino que vivimos para trabajar. Nuestro mundo está dominado por las prisas y quehaceres y la imagen plástica de su fisonomía es el río de vehículos ruidosos que inundan las calles de las ciudades y las carreteras.

No hay tiempo para contemplar, para tener sosiego, para buscar los bienes del espíritu. No trabajamos para vivir, sino que vivimos para trabajar.

El poder universal de las modas. El ser humano tiende a la imitación de lo que ve. En todas las sociedades las modas eran propias de las minorías, pero hoy están masificadas borreguilmente. Lo más estrafalario en los peinados, en la vestimenta o en los tatuajes prende como reguero de pólvora en nuestra sociedad, sobre todo en los jóvenes, que se cuentan por centenares de millones. Se puede decir, por tanto, que su rebeldía es más aparente que real, pues carecen de personalidad, que es sana independencia.

La masificación del futbol y la música. Después de las modas, estos dos fenómenos sociales que hay que incluirlos en la imagen negativa de nuestro tiempo. Que el espectáculo de veintidós personas dando patadas a un balón suscite pasiones encendidas cada semana en centenares de millones de personas, es una gravísima irracionalidad, como dice J .L. Borges: “El fútbol es popular porque la estupidez es popular”. Algo parecido sucede con cierta clase de música en la juventud. Bailes, gestos distorsionados, gritos histéricos es el desahogo de los que se sienten alienados buscando otra alienación mayor.

La falsa felicidad del placer. Nuestra sociedad es definida como ‘la sociedad del consumo”, y es una definición muy acertada. La inmensa mayoría de la gente, tanto mayores como jóvenes, buscan la felicidad en el consumo de cosas y más cosas placenteras, que el sistema productivo moderno pone cada día a su disposición, pero es una falsa felicidad. El placer puede satisfacer el cuerpo, pero la felicidad de las personas sólo se encuentra en el alma, en el espíritu, tal como vemos en algunas personas muy cualificadas.

El pansexualismo desvergonzado. La propaganda sexual es, sin duda alguna, el negocio que mueve más dinero en nuestro mundo. Y en esta propaganda, el papel consumidor del sexo corresponde al varón y el papel de incitadora corresponde a la mujer. Siempre ha sido así, pero en este último tiempo constituye un verdadero fenómeno social. Las pantallas de los medios nos presentan cada día la llamada ‘moda Street’, que consiste en la presentación de mujeres incitadoras sin ninguna clase de pudor. La desvergüenza sexual ya no conoce ningún límite en nuestra sociedad.

P. Isaac Riera, msc

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