Diálogo de embarazadas
Por: P. José María Álvarez, msc
Se dice que el evangelista san Lucas es el mejor de los escritores del Nuevo Testamento, porque es el que mejor redacta y expone sus contenidos, literariamente hablando, ya que consigue que sus escritos resulten amenos y puedan leerse como hoy podemos leer una buena novela. Su evangelio lo divide en dos partes: el evangelio propiamente dicho y el relato que conocemos como ‘Hechos de los Apóstoles’. En el primero, describe la vida de Jesús hasta el acontecimiento de su muerte, resurrección y posterior ascensión al cielo y, en el segundo, los comienzos de la primitiva comunidad, agrupada en torno al mandato de llevar a todo el mundo el mensaje y el bautismo de Jesucristo. Y en ambas partes, de un mismo y único Evangelio, descubrimos la capacidad narradora de este evangelista, que consigue que quienes lo lean encuentren mucho más que una simple crónica de sucesos.
Precisamente con la intención de descubrir estos detalles, quiero fijarme en el pasaje que decimos ‘de la Visitación’ (Lc 1,39-56), que, lo mismo que sucede con otros momentos de su evangelio, es exclusivo de él. Ahí nos describe cómo María, embarazada ya, se desplaza hasta la montaña, a una ciudad próxima a Jerusalén, para visitar a su prima Isabel (v. 39), la que será madre del profeta-precursor Juan, el Bautista, y que ya debía encontrarse en un momento avanzado de su embarazo, porque se nos informa de que María se quedó con ella tres meses y que se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz (vs. 56-57), por lo que podemos interpretar que ambas primas compartieron su gozosa preñez.
… un coloquio plenamente humano …
Como digo, Lucas es un buen literato y así construye un relato entrañable que manifiesta a la perfección el buen entendimiento de María e Isabel, con el añadido -ya teológico- de expresar la supeditación de la madre del Bautista, a la del Mesías (vs. 43-44). Más ese intercambio de cumplidos en el que queda claro el designio divino y el cumplimiento de las promesas de salvación de Dios con respecto a su pueblo (vs. 45-55). Todo ello expresado por Isabel, pero sobre todo por María, que es la portavoz de la alabanza que a su vez harán los lectores de este evangelio, al ser testigos de ese acontecimiento salvífico. Pues, quienes lo lean y reconozcan en Jesús al Mesías que trae la salvación, no podrán menos que exclamar, como María, que el Señor ha atendido nuestras súplicas y nos ha otorgado la respuesta que necesitábamos.
Y todo esto, que no deja de ser precioso por más que el lenguaje con el que se expresa resulte rimbombante, por su adecuación al mensaje teológico y a los términos escriturísticos, propios del Evangelio, podemos imaginarlo con las palabras propias de nuestra cultura de hoy y también con esos contenidos que van más allá de la concreción de los evangelios, que nos invitan a expresarlo todo de manera más sencilla, pero no por eso menos cierta.
Podemos, entonces, suponer a estas dos primas embarazadas y felices por ese detalle, pero más aún porque los niños que ambas esperan están escogidos de antemano por Dios y sus respectivas vidas, van a suponer una bendición para la Humanidad. ¿Nos lo imaginamos? ¿Comprendemos la alegría profunda y desbordante de María e Isabel? Sí, son dos mujeres felices porque van a ser madres, cumpliendo de esta manera el que es un deseo inveterado de toda mujer consciente de su maravillosa capacidad de engendrar vida. Pero son también dos personas gozosas al comprender que han sido elegidas para una misión encomendada por el mismo Dios. Y, por supuesto, dos eslabones imprescindibles en esta cadena de la salvación que desde hace siglos viene uniendo a la Humanidad con su Creador.
Resulta que, aunque estén gravitando sobre María e Isabel todos estos detalles, estos argumentos teológicos y sociales, esta Historia de la Salvación, son dos mujeres que son familia y que están compartiendo la alegría de su situación particular, el hecho de estar viviendo una situación muy propia de su condición femenina, pero, al mismo tiempo, cargada de trascendencia. Y, por ello, podemos imaginar su saludo y su relación durante esos tres meses, como la que tienen dos primas que comparten su embarazo, con interés mutuo por su situación material y con proyectos compartidos de futuro, los mismos que pueden tener dos futuras mamás.
Es decir, que si dejamos a un lado lo teológico, nos encontramos con un coloquio plenamente humano y cargado de preguntas, de inquietudes y también de expectativas totalmente nuestras, cotidianas. Pero, eso sí, bañadas en todo momento de la trascendencia que supondrá el alumbrar a quienes van a ser, para la Humanidad, presencia de Dios en medio de nosotros como lo son el Mesías y su precursor.
Foto: