La persona en el centro (Madrid)
Cuando entré en el templo de esta parroquia, me sorprendió la disposición de los bancos. Casi la mitad no miran hacia al altar, sino que están dispuestos en asamblea. “Sí, aquí las celebraciones son participativas”, dice el P. José Manuel González Trobo, msc, el párroco, “ése es el espíritu de comunidad de San Federico”.
Por: Javier Trapero
Yo Como en la mayoría de las grandes poblaciones de España en los años 60 y 70, Madrid recibía a infinidad de personas de las zonas rurales atraídas por las oportunidades laborales y profesionales que estas ciudades ofrecían. Así, fueron surgiendo en las periferias los llamados barrios obreros, como el de Valdezarza, al que pertenece la Parroquia de San Federico. Este origen, le ha infundido un carácter especial que aún conserva. Siempre se ha distinguido por ser una parroquia social, abierta al barrio de clase media-baja en el que, por aquel entonces, había mucha necesidad. “Aquí hemos estado siempre con la gente, con el pueblo, acogimos hasta un encierro de trabajadores del metro”, cuenta con cierta añoranza el P. Andrés Álvarez, msc, y vicario parroquial. Esta cercanía con las personas, la atención a sus necesidades y aspiraciones, ha hecho que la parroquia sea parte de la vida de muchas personas del barrio, que reconocen en ella su segunda casa.
La misma sensibilidad. “Ahora, hay mucha población migrante, con la misma situación precaria de aquellas primeras personas que formaron la parroquia, pero más difícil de integrar en la vida parroquial. Generalmente, se acercan a Cáritas pidiendo ayuda, así toman contacto con nosotros, pero al vivir de alquiler, suelen irse del barrio al tiempo, lo que hace que la Comunidad parroquial sea mucho más dispersa y volátil. Esto no quita que las atendamos, cuidemos y acojamos como una más de esta ‘familia’ parroquial”, describe el P. José Manuel González Trobo, msc, párroco. Cuando me recibe, está en la reunión de un grupo de reflexión de Biblia. Llama la atención el interés y el entusiasmo en las intervenciones, pero, sobre todo, lo animoso y familiar del trato entre las personas que participan. Muchas de las personas que se acercan a esta parroquia son “de toda la vida. Hace poco se ha celebrado el aniversario de bodas de un matrimonio que pertenece a la comunidad parroquial desde hace muchísimos años y han acudido, para acompañarles, personas del barrio que se consideran como familia. El equipo de Pastoral de la salud tiene un servicio de escucha y atención a personas mayores, que va a las casas o los hospitales e, incluso, a las residencias, lo importante son las personas, pues eso, porque son de toda la vida”.
Detalles de la historia. Alguien que sabe muy bien la historia de la parroquia es el P. José Ramón Rodrigo Gárate, msc, al que se le llenan los ojos con alguna que otra lágrima de emoción al hablar de ‘San Fede’, y es que esta gente deja huella. “San Federico es un sentimiento”, dice, “es una comunidad llena de vida. Un hombre me dijo una vez: ‘Fíjate, este jodido cura (se refería al P. Arturo García, msc, el primer párroco), nos pedía que trabajásemos los domingos en la construcción de la iglesia. ¿Ves esos ladrillos al lado del Cristo? Los puse yo’. Había orgullo en su mirada. Otra, una novia antes de casarse, le comentó a una amiga: ‘Habrá iglesias más bonitas, pero en esta, cada ladrillo es un corazón’. Comprendí que eso era San Federico, una Comunidad formada por corazones. Con la misión de ser en el barrio el Corazón de Dios.”. Cuenta cómo el P. Carlos Martín, msc, y el P. Pepe Álvarez, msc, trabajaron codo con codo para crear una comunidad que desde sus orígenes ha sido el alma de esta misión MSC. “Siempre tuvieron claro que la parroquia era de la gente, no de los curas”. El P. José Ramón estuvo aquí algunos años y ahora sigue vinculado a ella como profesor de historia del arte en la Escuela de Personas Adultas. La pastoral de la salud, la labor de Cáritas con migrantes, el equipo de liturgia… cada uno daría para un reportaje. Esta vez, he venido a ver la escuela.
Educación vs exclusión. Cuando surge el barrio, la Iglesia se hace necesaria, no sólo para dar respuesta a las necesidades espirituales, sino para cubrir también las necesidades sociales. Una de ellas, esencial en aquel momento, era la educativa. No existía ningún colegio y por eso se funda el de San Federico, para acoger y dar solución a los niños del barrio. “Pero se tuvo la idea de que no se debía pensar sólo en los chicos, sino también en los padres”, afirma el P. José Manuel Gómez Pacheco, director de la Escuela de Personas Adultas, que llegó a ella en el año 1978. “Al mismo tiempo que surge un proyecto de EGB (Educación General Básica) en el curso 1972-1973, se crea otro paralelo de educación de adultos. Por la mañana, venían los niños y por la tarde los padres. El objetivo era atender a los que podían estar en situación de exclusión social. Fuimos los primeros de Madrid que nos dedicamos a la Educación Especial, cuando este tipo de enseñanza no estaba reconocida ni oficialmente. Poco a poco, fueron reconociendo esta labor con personas con discapacidad como un proyecto de integración pionero, para una infancia con dificultades pedagógicas”. El P. Carlos estaba empeñado en que los niños con discapacidad se integraran en la sociedad, pues años atrás, por ejemplo, tener un hijo con ‘Síndrome de Down’ era algo que había que ocultar. Hoy, una fundación dedicada a la integración de personas con discapacidad lleva su nombre.
La pastoral de la salud, la labor de Cáritas con migrantes, el equipo de liturgia… cada uno daría para un reportaje. Esta vez, he venido a ver la escuela.
Parte de la parroquia. Van surgiendo los colegios públicos y la escuela se convierte en un proyecto social con una implicación más directa por parte de la parroquia, para atender a las personas que venían o pertenecían a ella. Las sucesivas leyes de educación van incorporando ciertos requisitos que, por la propia naturaleza de la escuela, no se pudieron ir acometiendo. Esto hizo que se fuese reduciendo, más que a un colegio como tal, a un lugar donde dar una educación a grupos de niños de integración, que, ciertamente, en los colegios públicos, no eran aceptados. Estos niños de integración, muchos de ellos en riesgo de exclusión social, obtenían el graduado escolar o el certificado de escolaridad oficiales que de otra forma les hubiese sido imposible conseguir. Se les daban los conocimientos suficientes para poder desenvolverse e integrarse en la sociedad. “La asociación de padres luchó mucho, sobre todo las familias que tenían hijos con verdaderas dificultades de aprendizaje”, dice el P. José Manuel. Llegaron a constituirse en asociación, ‘Padres por la integración, San Federico’. Magdalena cuenta que ella pertenecía a la asociación de padres, sus hijos venían a este colegio. “En el barrio había ya una escuela, pero era distinta a esta. Aquí venían niños ‘problemáticos’, que eran inquietos y consideraban maleducados en otros colegios de distintas zonas de Madrid. Nos pedían que si los podíamos acoger aquí. Era colegio de integración”. Muchos de esos niños terminaron sus estudios universitarios y sus madres están ahora en la Escuela de Personas Adultas con un gran interés por aprender cada día cosas nuevas. Y es que, mientras tanto, la escuela de adultos siguió funcionando con normalidad, no se le exigía una infraestructura tan estricta, y hoy continúa con su horario de tarde, como siempre, con profesorado voluntario titulado, alguno en activo impartiendo clase en la universidad.
Abierta al barrio. “Yo hace 40 años que estoy aquí, vine con 41 años”, dice Maricarmen, “no he podido dejarlo. Es como mi segunda familia. He aprendido hasta a esquilar ovejas”. Vienen personas que han vivido siempre cerca de la parroquia, junto a migrantes y ‘neolectores’, quienes no han tenido la oportunidad de aprender a leer ni escribir por sus circunstancias vitales. “Yo me saqué el graduado aquí”, dice Rufi. Y es que muchas personas adultas han obtenido en San Federico su título de Graduado escolar, la titulación que reconoce unos estudios básicos, que con la implantación de la Educación Secundaria Básica (ESO) desapareció en 2015. Ahora, toda la formación que se imparte es no reglada. Hay un aula de migrantes con cuatro personas marroquíes.
Más. “Iba a la piscina con mis amigas y me hablaron de la escuela, hace 11 años”, recuerda Rufi. “Yo ya escribía antes y, desde que estoy aquí, me he animado más”. Se acoge a quien desee acercarse sin prejuicios de credos, con apertura total, mirando a la persona sin preguntar de dónde viene, con el objetivo de dar respuesta educativa a cada cual. “Aparte de aprender, nos relacionamos con la gente, que si nos quedamos en casa nos morimos de pena. Son mis amigas, es una experiencia muy enriquecedora”, comenta Marisa. La edad de este alumnado tan particular oscila entre los 60 y los 88 años. Hay aulas de filosofía, historia de la historia, ciencia (conCiencia), historia del arte, historia de las religiones, taller de lectura, inglés, también de memoria, otra de creatividad en la escritura, hasta de Chi Kung. Los viernes se dedican a actividades, salidas a teatros, al cine, un aula de baile, veladas literarias, lectura con café, a veces, también en fin de semana… y el carnaval, a lo grande. Así es San Federico, así es esta parroquia, su escuela y todos los grupos que forman esta gran familia. Justo, que empezó a venir acompañando a su mujer, con cierta emoción, me comentó: “Si no vengo, es como si me faltara algo”.